Volvemos a Vega envueltos en la melancolía que perfuma un país convencido de que se va al carajo.
Vivimos el fin de semana bajo la bóveda gris que alimenta el resplandor verde de la naturaleza asturiana.
Viajamos para cumplir la promesa recurrente que se firma en el fuerte cada veinticuatro de diciembre.
Todos los caminos conducen a Vega cuando arrancan en Barcelona, Madrid, Turín, Valladolid, Boecillo y, por supuesto, en Fort Apache.
Los niños pasean de la mano y le perdonan la vida a un pulpo que no llega al kilo. Suspiran por una playa firmada por un dinosaurio e Isidrín coge aire y lo devuelve creando la sidra. Este año no hay bonito y tenemos que improvisar un plato de supervivencia en el pasmo de una tienda amarilla. Y así durmió la camiseta del Sporting en la maleta.
Y cantamos nuestra canción favorita:
Queso de Valdeovejas
Una cuña de Parmiggiano Reggiano
Lomo y salchichón
Y las ensaladas que no falten
Cuatro bizcochos y un brownie redondo
Empanadas y empanadas
Dos o tres docenas de botellas de sidra, quién sabe
El barrilete de Heineken, ¿o era Carlsberg?
Dos kilos y medio de fabes, lacón, costillas adobadas,
cinco chorizos y tres morcillas
Tres kilos y medio de patatas, pimiento verde,
pimiento rojo, cebolla, callos y morros. Y la cayena.
Treinta y seis sardinas evisceradas, descabezadas y limpias
Cuatro kilos de percebes, sí, de percebes.
Pechugas de pollo y su rebozado ejemplar
Spiralli y su ragú con tomate, Torino style
Y unas ollas de gintonic
Y qué más.
Que
Isidrín/
EasyDrink se recupere para la próxima. En ello está.
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