Un hogar
Lo encontramos en Vega, cerca de Ribadesella. Una pareja heterodoxa y comprometida nos abre su casa y todas las adyacentes para que disfrutemos de un fin de semana de verdad. Montones de niños y de padres corretean alrededor de la casona amarilla, buscando nada y encontrando todo. Almuerzos en una mesona en la que no queda ni un hueco sin comida, a la salud de los ingenieros cántabros, industriales, por supuesto.
Hablamos de política, ese deporte de la clase media, bajo una farola. Y un niño con el flequillo forzado colecciona luciérnagas en un paredón que serán guirnaldas verdosas durante todas las noches del verano asturiano, el de verdad. Visitamos una playa espléndida, comemos percebes crudos (ay, Purísima) y una trinidad de andariques saluda temblando al niño que vive en Scooby Doo. La sidra tropieza dulzona por los vidrios y resbala gratis hacia nuestros lazos y abrazos. Ablanda los recuerdos y dispara las sonrisas en todas direcciones.
Por fin, el sol, haciendo trampa tras las nubes, nos deja regueros blancos en los costuras. Hurtamos despedidas empujándolas hacia adelante, hacia otros viernes, adelante, siempre adelante.
Gracias, Angela y Eduardo.
Hablamos de política, ese deporte de la clase media, bajo una farola. Y un niño con el flequillo forzado colecciona luciérnagas en un paredón que serán guirnaldas verdosas durante todas las noches del verano asturiano, el de verdad. Visitamos una playa espléndida, comemos percebes crudos (ay, Purísima) y una trinidad de andariques saluda temblando al niño que vive en Scooby Doo. La sidra tropieza dulzona por los vidrios y resbala gratis hacia nuestros lazos y abrazos. Ablanda los recuerdos y dispara las sonrisas en todas direcciones.
Por fin, el sol, haciendo trampa tras las nubes, nos deja regueros blancos en los costuras. Hurtamos despedidas empujándolas hacia adelante, hacia otros viernes, adelante, siempre adelante.
Gracias, Angela y Eduardo.
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