16 junio 2009

Vega, V año triunfal. La crónica

El planeta Vega es una calle recién pavimentada, una cocina baja y niños por docenas ensayando el velódromo de su juventud.

Tiene su propia religión, con dos dioses y dos sacramentos. Eduardo y Ángela, esos dioses paganos, invitan a todo, incluyendo zapatos como tablas de surf y una casa que es refugio, iglesia sin bendecir y noray para los barcos que salen del temporal del invierno. El primer sacramento se celebra en Fort Apache, el día veinticuatro de diciembre, y sirve para fijar la fecha del segundo, la gran homilía, apuntando a los idus de junio.

Cogemos el coche gris, comemos en Besande, rescatamos los bañadores a golpe de teléfono, tomamos café en Riaño y hacemos el descenso del Pontón con el heredero gritando ¡Esto es naturaleza!, ¡quiero vivir aquí!. Enfilamos Vega, ese lugar entre el mar y la montaña, entre el pasado y el futuro, entre lo que fuimos y lo que seremos. Al abrigo de una pared de color albero, donde el hórreo marca el requiebro, dedicamos tres días a charlar, reír, cocinar y comer, bañarnos y pasear, a recordar y a predecir.

Los caminos no llevan a Roma, desde hace años los senderos que arrancan en la ciudad gris, en el paseo del Prado, en Barcelona, en Boecillo, incluso en Turín, terminan gozosamente en el paraíso que asoma tras el triforo del Asturias, paraíso natural.

Huyendo de productividades, putadas, cuentas ajenas, asfaltos e hipotecas llegamos el viernes pensando en un reloj que no avance. Y dispuestos a no a hacer nada, que consiste en capturar criaturas de roca para su cocción y disfrute; en jugar al fútbol gordinflones contra niños; en montar un concurso de triples a Nintendo el récord; en beber sidra; en pasear hasta el chigre de Tereñes; en discutir sobre cualquier cosa; en compartir el día desde el desayuno de bizcochos hasta el somnoliento gintonic a la luz de las luciérnagas. Nos bañamos en un mar sin cielo, en el abrazo del Cantábrico frío y noble, entre las carcajadas con sabor a sal y los revolcones orlados de espuma. En el paseo del domingo cantamos mentiras con letras hurtadas a los carteles de la carretera, vimos la casa azul, y conseguimos llenar tres coches con sólo veinticuatro personas.

Los años pasan y los cachorros van creciendo. Nosotros también. El primer certamen de Sumo de Vega es una realidad y nuestro desparpajo será leyenda.

Como todas las veces que vinimos aquí.

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