31 enero 2006

Groenlandia

Y yo te buscaré en Groenlandia.

Los Zombies

30 enero 2006

Sólo dos (noveno)

Carmela no llama a Mateo. En el salón de su casa comparte con su madre el desgarro que supone la amputación de un hijo, arrancado para siempre de este mundo donde habita la certeza de la vida. Su madre se encoge en el sofá mientras toma algunos tranquilizantes que su hija le entrega con mano temblorosa. Carmela observa envejecer a su madre, repentinamente, como si hubiera salido de un Sangri-lá en el que cuidaba su pequeño mundo interior conformado por los recuerdos de su marido, el cariño de su hija y los trompicones del hijo. Desde siempre comprendió que Alejandro no era como Carmela, más alocado, menos listo, también mucho menos inteligente, con un gusto por la trasgresión que proporcionó a su madre muchas noches en vela esperándolo. A pesar de todo, los recuerdos golpean el pecho de la madre y son postales en technicolor de una vida ideal con sus hijos, hospedados en un bienestar económico y sentimental que los aislaba todos los ruidos que pudieran llegar desde fuera. Su mundo está roto, y su mirada se muere mientras suplica a Carmela que se cuide, que no podrá soportar otra pérdida. Carmela le asegura que los asesinos pagarán por ello, pero a su madre no le importa, no quiere asesinos en la cárcel o muertos, sólo quiere volver a Sangri-lá.
Tras una llamada al administrador para encargarle la organización de un sencillo funeral tras la cremación de Alejandro, Carmela acuesta a su madre, ya desactivada por los tranquilizantes, y se mete en la cama con ella, buscando el calor que sólo las madres dan, ese calor espeso, inagotable y cierto, y que Carmela necesita para armar su entereza para los días que se avecinan.
A las nueve de la noche Mateo comprende que Carmela no se pondrá en contacto con él. Pospone las llamadas a Echeverría hasta el sábado, se acomoda en el sofá para ver, por enésima vez, Hana-bi, del maestro Kitano. Con Yoshitaka Nishi y su esposa Miyuki emprenderá un viaje hasta el límite del mar donde unos disparos fuera de campo clausuran unas vidas llenas de sufrimiento.
Es sábado por la mañana y los dolores de Mateo quedan circunscritos a los hematomas de los brazos. Su duro occipital no presenta daños secundarios y el dolor de cabeza desapareció hace horas entre la música de Hisaishi.
- Echeverría.
- Mateo, buenos días, por decir algo.
- ¿Estás en casa?.
- Sí, y jodido, ayer me cascaron en el portal.
- ¿Y la escolta de Roberto España?.
- Buena pregunta.
- ¿Estás bien?.
- Como si me hubiera caído por las escaleras, pero bien.
- Te invito a desayunar.
- A las diez en el Hotel Imperial.
- De acuerdo.
Mateo emprende el ritual del aseo y afeitado en el que tanto le gusta recrearse. Se ducha con la bañera con una cuarta de agua, para que el vapor le abra caminos a las toxinas que se agazapan en su cuerpo. Un afeitado meticuloso, con maquinilla nueva, es preámbulo a un masaje cremoso que le devuelve las esperanzas de tener días buenos.
La ciudad se despierta bajos los efectos de una helada criminal, paralizada por un frío que entumece los músculos, los sentidos y los sentimientos. En el trayecto hasta el Imperial Mateo cuenta más de ocho franquicias hosteleras, de nombres estúpidos, raciones ralas y camareros de allende los mares. Las hay para tomar cafés, tapas, paellas, pinchos morunos e incluso de lechazo. Los nombres de los locales tienden a terminar en alia, como las concesiones de servicios municipales de agua o de recogida de basuras, homogeneizando lo que por su naturaleza debiera ser distinto. Los bares, tascas y tabernas siempre han vivido de su especificidad, de su localismo aferrado a las características únicas en la preparación de los diferentes avituallamientos que el urbanita se establece para ir caminando por las mañanas, las tardes, las noches y las madrugadas. Las franquicias son salvavidas de emergencia a los que se agarran quienes han perdido el sentido de la orientación y de la navegación por los mundos de Dios y del diablo y que sólo saben alternar y comprar en un bar o una tienda iguales a otro bar o a otra tienda.
Con el pensamiento anclado a los desayunos de sartén que sirven en el Alarcón, y a punto de entrar en el Imperial, el teléfono empieza a palpitarle al lado del corazón.
- A ver.
- Soy Carmela Fernández-Rovira. Necesito hablar con usted.
El halo de tristeza queda sujeto por la firmeza de las mujeres de bandera compendiadas en el paradigma Carmela.
- Dime.
- Han asesinado a Alejandro. Quiero verte.
- Tú dirás.
- Ahora tengo que organizar el final administrativo de mi hermano, te llamo más tarde.
- A tu disposición.
Carmela ventila en dos palabras todo el proceso que acompaña el tránsito desde la defunción hasta el acomodo de las cenizas en el panteón familiar. Mateo siente un temblor en los cimientos de las seguridades edificadas en años de lucha sorda contra sus principios, un estremecimiento que augura días difíciles y muy largos. Empieza a haber demasiadas bifurcaciones en un asunto que empezó como gimnasia en un callejón y que se acelera por momentos.
- Buenas, Echeve.
- Hola, Mateo.
- ¿Qué vas a desayunar?.
- Un Rioja y una ración de jamón ibérico.
- Este es mi Mateo.
- El desayuno mediterráneo de ayer me levantó dolor de cabeza.

También en Sólo dos.

Sin city (2005)

El comic en el cine o el cine en el comic. Frank Miller y Robert Rodríguez, con la colaboración de Tarantino, presentan la fusión más intensa, sólida y eficaz de esos dos artes que maduraron durante el siglo XX.
Me hice hace unos días con la edición especial americana, Uncut&Unrated, que incluye el propio comic, para deleite de gastrónomos de la era pop. Empezamos con la versión estrenada en las salas de cine pensando que era la extendida. Si esta versión comercial ya apabulla, no se que nos puede esperar cuando dentro de unas semanas vuelva sobre la versión larga, sin calificar por edades.
Aparece codirigida por Miller y Rodríguez, lo que puede explicar la fidelidad al relato original, definido como novela gráfica por su autor. El diseño de producción es perfecto, la integración de la música en la película también, así como las interpretaciones de un conjunto de actores que hace babear a cualquier director de casting: Bruce Willis, Elijah Wood, Mickey Rourke, Jessica Alba, Rosario Dawson, Powers Boothe, Rutger Hauer, Josh Harnett (cuya interpretación, aunque breve, me da esperanzas sobre el resultado de The Black Dalia), Benicio del Toro, Michael Madsen, el propio Frank Miller, etc.
Una lucha entre el mal y el bien que se sirve del mal, la justificación de los medios por el fin, el eterno retorno, las vidas perdidas, el downtown, la clase política y sus miserias, el obispo hermano del político como nueva dinastía Borgia. Coches de los años cincuenta para una forma de hacer el mal muy actual y creíble. Y menudas mujeres…
Si te subes a la montaña rusa puedes disfrutar como nunca. Es cosa tuya.

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29 enero 2006

The new world


Ya queda menos.

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Sólo dos (octavo)

- El muchacho parece mayor de edad.
- Tiene veintidós años. Se llama Alejandro.
- Ya sabes como son los jueves, y encima en víspera de Carnaval. Seguro que está…
El sonido del móvil de Carmela interrumpe la frase hecha, dejando a Mateo tieso, sudoroso y perdido.
- Soy yo.
Ella se aparta hacia la ventana y se gira para mantener la conversación en privado, sin importunar a Mateo.
- Es mi madre, dice que la han llamado de la policía, está muy nerviosa y les ha dicho que se pongan en contacto conmigo.
- ¿Le han dicho para qué?
- No. Que me llamarían a mí.
Mateo gira sobre si mismo como una peonza rota para esconderse en el cuarto de baño farfullando algo sobre la limpieza y sus heridas y demás estupideces. El instinto le grita que desaparezca, que corte cualquier tipo de relación profesional o personal con Carmela, que se vaya a Misiones, que se esconda en Lindes hasta que aparezca el asesino de Kennedy. El instinto brama por imponer su ley frente al superinstinto del león que mata a sus cachorros para continuar la coyunda con la hembra bloqueada por la lactancia. Mateo se arroja en la ducha, el agua fría debe ponerlo en la senda del cavilar sereno, pero afuera está ella, esencia concentrada de todos los lujos y todas las perversiones, de todos los amores y todos los desamores y todos los recuerdos de las mujeres que se han cruzado con él mientras a trompicones recorría su senda en la Historia.
Mientras Mateo se ducha, Carmela espera impaciente la llamada que se produce cuando el Huyghens clava las seis de la tarde.
- Soy yo, dígame.
- (…)
- Enseguida voy.
Mateo sale del baño envuelto en un albornoz que fue azul oscuro con destino al dormitorio. Carmela se pone el abrigo y se dirige rauda hacia la puerta de la buhardilla.
- ¿Me ayudarás?
- Por supuesto. Toma mi tarjeta, ahí tienes mi número.
Carmela abandona la buhardilla dejando el tiempo detenido, las gotas de agua que caen del pelo de Mateo se quedan en el aire como burbujas de un cóctel de peligro, deseo y horror a partes iguales. El dolor de cabeza baja a cotas soportables y deja el terreno libre para que la máquina de pensar que cruje dentro del cráneo de Mateo pueda establecer un escenario temporal y espacial de las últimas veinticuatro horas. Hay que buscar personajes principales y secundarios, una trama, un nudo, unos porqués, algo que permita prever un desenlace. Hay que darle forma a los personajes.
- Ladislao, soy Mateo.
- (…)
- Me ha visitado Carmela Fernández-Rovira. Dame referencias.
- (…).
- Me puede sonar, claro, de la televisión, cuando la desaparición de su marido.
- (…).
- Y muerte, ya me acuerdo.
- (…)
- Y ahora se pone nerviosa porque su hermano pequeño, el macarra, no va a cenar un jueves.
- (…).
- Lo entiendo. Hablaré con Echeverría, pero aún es un poco pronto.
- (…).
- La ha llamado la policía. Mal asunto. Ha quedado en que me llamaría.
- (…).
- Sin problemas de pasta. Qué bien.
- (…).
- Un abrazo.
Mateo se prepara para oficiar la liturgia de un viernes sin apetito, esperando en el sofá la llamada de Carmela que no tardará. Estará llegando al Anatómico-Forense, dependencia escondida a las faldas de la Residencia que fabrica usuarios satisfechos donde antes había enfermos quejosos de un sistema reventado de éxito. En el ala norte, con buen aparcamiento para dejar su Audi impecable, Carmela se acerca a la segunda lección sobre la muerte con aplicación práctica en otro hombre de su familia. Tras su esposo, asesinado hace dos años tras varios días de secuestro en Kazajstán, ahora se encontrará con su hermano frío dentro de una bandeja de acero inoxidable, reposando en un nicho refrigerado del depósito de cadáveres. Con una dureza que esconde una pena infinita reconocerá el cuerpo de Alejandro Fernández-Rovira Alonso, el bachiller descarriado que pasó de los colegios privados sin concertar a las amistades desconcertantes que lo acompañaron en unos años de disfrute, de diversión subvencionada por los dineros familiares y de paseos por los márgenes del código Penal, apartado faltas.
La presencia imponente de Carmela coarta a los los funcionarios de dar explicaciones sobre la muerte del muchacho. Unos filos expertos, decididos, manejados con mano impía, han respetado sólo el rostro de la criatura, dejando el resto del cuerpo hecho chacina. Un rostro infantil sobre un montón de carne procesada y huesos rotos. Carmela se tambalea imperceptiblemente ante los ojos ciegos de los funcionarios, firma cuanto le ponen por delante y sale a fumar bajo la helada inclemente que enseña sus aguijones en el atardecer sombrío. Ahora tiene que ir al pisazo familiar a decirle a su madre que el hombre de su vida está muerto.

También en Sólo dos.

28 enero 2006

Nieve



Está nevando. Dentro de casa.
Vivo en un edificio proyectado por los hermanos Cano Pintos, herederos del estilo de Cano Lasso, que no teniendo ni puta idea de dirigir obras dibujan de maravilla, en ortogonal, con un diseño limpio, llano y sin complicaciones. En mi caso han aportado una solución al inevitable pato de luces, el ya mítico lucernario. Las paredes del pasillo que darían a ese patio están acristaladas del techo al suelo. Ese patio, que ocupa unos veinte metros cuadrados, está protegido con tramex de forma que pasa la luz y, en estos momentos, también la nieve.
Hemos domesticado la naturaleza hasta cierto punto, acercándola al interior de nuestras viviendas vía televisión y turismo rural.
Desde el confort de las calefacciones se nos hincha la vanidad de conquistadores del entorno hasta que el tsunami nos pone de nuevo en nuestro sitio.


En la mesa de montaje

Ya está terminado El edén, crónica de un fin de semana en Portugal, centrado en Lisboa y con visitas a Cascais y Sintra. Los cuatro hospedados en un precioso hotel de nombre paradisíaco, con piscina en el tejado.
En marcha, aún sin nombre, el documental sobre las excursiones a Valencia y Boadilla en los alrededores de la Semana Santa de dos mil cinco.
Los avances en la electrónica e informática domésticas nos convierten en Einsenstein a pequeña escala. Fotografíamos, montamos, ponemos música, intertítulos y subtítulos, pasamos a DVD. Mi filmografía tiene ya varias obras, El verano de la escayola, Viaje al país de Gulliver, Castillos, lechazo y mudéjar, Un año en fotos.
El problema es, como dice Carlos Saura, que luego tus películas se vean.

27 enero 2006

Sólo dos (séptimo)

La mujer tiene presencia, eso es, presencia, una presencia macerada en generaciones de deportes de invierno y de verano, de cremas hidratantes, exfoliantes y decapantes, de ensaladas templadas y besugos a la espalda para cenar y de gimnasios sólo aptos para contribuyentes que jueguen al tramo superior del antiguo IRPF. No sólo presencia, el cuerpo está moldeado en madera noble de la mejor calidad, con un acabado en las curvas como sólo la naturaleza puede presentar, eso sí, cada veinticinco generaciones. La piel es perfecta, brillante y tersa, sin menoscabo de los jirones que ha dejado la edad, en los albores de la cuarenta según los cálculos que con ojo de tratante de ganado hace Mateo mientras se palpa la costra sanguinolenta de la nuca.
Mateo tiene que revisar la buhardilla que se encontró con la puerta abierta, que atender a Carmela Fernández-Rovira, que examinarse y evaluar los daños infringidos a su cuerpo, y terminar de examinar y evaluar el cuerpo de Carmela, tarea esta última que le provoca un reparto de la sangre en su cuerpo que no pasa inadvertido para ella. Una educación remachada durante siglos sella la boca femenina aunque los ojos enormes se ponen brillantes con la esperanza de futuros encuentros en la zona íntima de la existencia.
- Perdone, ¿qué quiere?. Observará que no es buen momento.
- Vengo por recomendación de nuestro buen amigo común Ladislao. Mi hermano pequeño ha desaparecido.
- ¿Y para qué tenemos a la policía?
- Por favor.
- Pase y siéntese.
- ¿Podemos tutearnos?
- Desde luego. El trato de Vd. me resulta tan tedioso como una traducción simultánea.
- ¿Qué le ha pasado? ¿se ha caído?.
- Digamos que he formado parte de un ensayo de resistencia de un mango de azadón. ¿Qué hora es?.
- Las cuatro de la tarde.
- Joder. Perdón. ¿Quieres tomar algo? ¿Un refresco? ¿una copa? ¿café?.
- Un café estaría bien.
- Pues tendrás que hacértelo, voy a repasarme las heridas.
- Dejaremos el café para después, ¿tienes botiquín?.
- En el cuarto de baño.
- Vamos a ver.
Las manos de Carmela dispensan bálsamo y fuego en la nuca, el antebrazo y el codo de Mateo, que a su vez lucha contra los síntomas evidentes de la pulsión sexual que intenta aflorar un poco más debajo de su cinturón. Afortunadamente para Mateo, el dolor de cabeza afloja sus instintos y pospone el momento de las excusas absurdas.
- Parece que las heridas están un poco más presentables, aunque debieras ir a Urgencias a que te echaran un vistazo más profesional.
- Dudo que pueda haber vistazos más profesionales que los que me acabas de dedicar. Vamos al grano, ¿qué necesitas?.
- Mi hermano no ha venido a dormir esta noche a casa y mi madre y yo estamos muy preocupadas. Aunque no sea un compendio de virtudes, no tiene entre sus defectos desaparecer sin rastro. Los jueves tengo por costumbre cenar con mi madre y con él y no solemos faltar a la cita.
- Es un poco pronto para inquietarse. ¿Puedes describir a tu hermano?.
- Tiene ventidós años. Traigo una fotografía.
Carmela saca su cartera del bolso, ambos a juego, todo en conjunción con las botas negras y el cinturón que abraza su cadera. Piel de verdad, tan irreal como la de ella, de un mundo al que Mateo sólo accede cuando le encargan bucear entre las miserias de lo que antes fue la burguesía y ahora es el reducto de los que no viven ni de un sueldo ni de dos. Mateo ha conocido muchas Carmelas, aunque ninguna despedía la fragancia templada en una cierta desesperanza que no acaba de identificar. Unos dedos perfectos, con alguna cicatriz, quizá fruto de un percance fuera de pista, maniobran entre la piel finísima del portadocumentos para extraer una fotografía en color de un muchacho atlético.
- Aquí la tienes. Es reciente, de hace un par de meses, cuando fuimos a esquiar a Francia.
El sudor brota repentinamente en la frente de Mateo. El de la foto es Muñequitas, el gilipollas que intentó agredirle el jueves por la tarde.

También en Sólo dos.

26 enero 2006

Un día

Alfred Hitchcock se casa. Rain falls down. Los informes, los datos sin sentido, los meses que se pisan, el café sin gracia, el frío. Una llamada y otra más. La fantasía por siete mil cuatrocientos millones de dólares o lo que eso signifique. Maniobras para amedrentar a un hombre valiente. Un arranque con fabada y un retorno con el coche convertido en una pista de baile. El padre de los gemelos me regala una conversación sincera para inventariar el desfile, el desmontaje del muñeco, el repaso a las despedidas. Me vuelvo transparente, dos veces, sin idea de bolas, me encuentro con Juan y hablamos, lo veo pequeño, cercano y lejano, cálido, familiar. En Fort Apache, la alegría, las carreras, las lecturas, los deberes y los cuentos. Las sílabas se juntan y se separan, el lápiz deja un rastro fuerte, negro, rugoso, en un bajorrelieve infantil que promete un genio futuro. Sin city. Ráfagas de pasión, violencia y muerte, en comic, en negro y blanco. Hoy la remataremos, y nunca mejor dicho.

25 enero 2006

El precio de la fantasía

El mercado permite saber lo que valen las cosas, y no es más que lo que otros están dispuestos a pagar por ellas.
Todos los que han disfrutado con Toy Story, Bichos, Toy Story 2, Monstruos, Buscando a Nemo, Los Increíbles, y que también disfrutarán con Cars, ya saben cuánto vale el genio de sus creadores.

24 enero 2006

Sólo dos (sexto)

El instinto de viejo cazador funciona sobreexcitado durante el trayecto hasta el Carlos. No han pasado veinticuatro horas desde el combate y sus oponentes están conociendo la verdad sobre la vida después de la muerte. El abanico de posibilidades abarca desde una limpieza de rastros hasta un burdo intento de incriminarlo, pasando por una reclamación rigurosamente tramitada de un cliente insatisfecho que esperaba más de los fulanos de la lycra. Mateo se deja llevar por el sol de febrero que radiografía cruelmente su caminar hasta el bar. La luz blanca muestra todos los defectos en el pavimento, en la calzada, en los coches, en las caras de las jóvenes, en las ropas de los viejos, en las grietas de los edificios, en toda la vida que pasa a su lado como una teleserie sobreiluminada, pobre y fea.
Mateo Escandón y Echeverría coinciden a la puerta del Carlos. Con un gesto del policía desisten de entrar y comienzan un paseo que los llevará por los restos del esplendor imperial de la ciudad plomiza hasta la escultura de Chillida que descansa olvidada.
- Mateo, ¿qué cojones pasa?.
- Y yo qué cojones se.
- Nos han llamado de la GAR para pedirnos información sobre un Alfa 159 con alerón amarillo y serigrafías de fuego. Unos senderistas lo han encontrado con dos fiambres dentro un poco después de amanecer, cerca de la Santa Espina.
- ¿Ahora colaboráis con la policía autonómica?.
- Siempre, los cuerpos y fuerzas de seguridad de los estados siempre colaboramos por el bien común.
- Para servir y proteger.
- No me líes. ¿Tienes algo que ver?
- Joder, si no me ha dado tiempo a asimilar lo que pasó. Fue ayer a las seis de la tarde. Después cené con Ladislao y llegué a casa pronto, sobre las doce y media. Ya te lo habrán confirmado los hombres de Pozurama que custodian el domicilio de Roberto España.
- No me han confirmado nada porque antes de preguntar quería hablar contigo. La investigación es de la GAR, que son los que se han encontrado a tus amigos.
- Me voy.
- Ten cuidado.
- Gracias, amigo.
Mateo apresura el paso camino del hogar. El mediodía cayó hace una hora y el viejo cazador necesita del calor del refugio para repasar las últimas veinticuatro horas. Las familias pastorean a los hijos que ya están disfrazados desde lo más temprano del sábado, convirtiendo la mañana en un teatro tan irreal como cierto, con aderezos de osito, de perrito y de caballito, garantías peludas contra la hipotermia. La ciudad mira hacia arriba, no quiere cloacas, piensa que las mierdas que son canalizadas, depuradas y vertidas no proceden de su proceso constante y cíclico de vida y muerte. La civilización alcanza un grado de progreso tal que los saneamientos se han convertido en fábricas de agua casi mineral y los servicios de tratamiento de basura recogen desechos delicadamente seleccionados y empaquetados para devolver energía y materias primas para las industrias del plástico de todos los tipos, colores, texturas, olores y sabores. El consumo es ya una pequeña parte del proceso completo de transformación de la mierda en bienes y viceversa.
A mierda le huele a Mateo el asunto de los hombres en lycra. Se acerca al portal y cuando introduce la llave en la cerradura advierte que no ha visto escoltas ni servicios de contravigilancia ni policías municipales ni guardas autómicos rurales ni fuerzas de intervención rápida de la Unión Europea ni siquiera fuerzas de pacificación de la ONU. Al entrar en el portal tampoco ha visto el mango del azadón que baja raudo hacia su occipital. Al menos lo ha sentido. Un calor espeso le baja por el cuello cuando su codo frena la caída de su cuerpo contra el segundo peldaño de la escalera. Se revuelve muuuuuy lentamente para ver qué pasa e instintivamente, siempre el instinto, se cubre la cara con el brazo izquierdo que recibe un tremendo estacazo.
Intuye dos sombras que se disuelven en el fogonazo del portal que se abre para dejarlo sólo con su estupefacción y su dolor. Se levanta escupiendo rabia, cansancio y muchas dudas. Tantas dudas como estrellas pueblan el firmamento de su dolor de cabeza, que le resulta tan entrañable como el corte del codo y el hematoma del antebrazo.
Arrastrándose contra la pared de la escalera llega a su buhardilla que lo espera con la puerta abierta y un desorden sólo comparable a las ganas de desmayarse que lo acometen. Cierra con un golpe de cadera y elige el sofá para desplomarse a cámara lenta.
Un sueño recurrente que tiene reservado para los descansos postraumáticos lo coloca en unos ejercicios en la clase de educación física de finales de la educación general básica. Siempre el mismo sueño, un balón que rueda por el suelo, un tropiezo, la caída de espaldas sobre el balón y un recuerdo falso de un dolor intenso que le paraliza el gesto de levantarse. Con los ojos cegados por la luz gris del cielo encapotado, sus compañeros de juegos se arrojan sobre él hasta que su vista se zurce con estrellas amarillas que revolotean alrededor de sus deseos de despertarse. La congoja no lo deja gritar y el peso de las bestias escolares lo va matando poco a poco. Si por lo menos dejara de sonar el timbre podría morirse tranquilo y en silencio.
El timbre es un abejorro metálico que descarga su canción como una avalancha de furia rencorosa. Mateo se despierta pero el timbre no cesa.
- ¿Quién es?
- Abra, por favor.
- ¿Quién es?
- Ábrame, por favor.
La voz femenina que ruega detrás de la puerta lacada es firme a pesar de la angustia que la porta en segundo plano. Con una pátina de terciopelo que sólo pueden dar años de fumar sereno, la voz levanta a Mateo y a sus heridas casi coaguladas y lo transporta mecido por las sirenas del riesgo como un pelele. La mirilla es una chapa de latón perforado del tamaño de un tomate grande. Al otro lado, unos ojos almendrados de color caramelo y vestidos con las pestañas más bonitas que haya visto jamás le suplican mientras la voz le pide que abra.
Mateo relaja sus instintos, cede y abre la puerta.
- Buenas noches. ¿Es usted Mateo Escandón?. Soy Carmela Fernández-Rovira y necesito ayuda.

Viaje

La noche deja paso a un día que enseña un paisaje de mármol y niebla. La radio me saluda en un idioma extraño, antiguo, tribal, feo. También me da la enhorabuena por tener las cosas claras. No tienen ni puta idea de cómo tengo las cosas. Soberbios y pedantes, los loros mañaneros escupen doctrina barata jugando a patriotas ofendidos o socialdemócratas honrados. Nadie los cree.
La toponimia trae un aliento podrido de asesinatos cobardes y la ceniza esconde el verde hasta la primavera.
La niebla se queda quieta en el aire, petrificada, y mi alma respira confundida donde el futuro se ha convertido en un muro blanco, frío, callado.

22 enero 2006

The party (1968)

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21 enero 2006

A petición del público

Un grito

El sábado se presenta temprano, con un sol que envía emisarios que quedan atrapados en las nubes como dovelas de un túnel del que aún no se atisba salida. Desayuno con Alberto. Acentos del norte de Palencia, mirada noble y anhelos de abarcarlo todo.
Un boceto de sepia encebollada y arroz basmati. La radio pone cortinas a la comida de los cuatro, y el hule de los sucesos envuelve el mediodía con un vapor de ciénaga profunda y añeja.
El heredero grita. ¿Por qué hablan tanto de muertos?. Sujeto un telón de lágrimas que quiere cerrar la función de mis ojos y escapo.
Me arrodillo en el confesionario del blog. Me han dicho ayer que en gilipollas se dice bilog. Arranco iTunes para pintarme la cara con Del Amitri y Nothing ever happens. Peleo con el Word que me transforma iTunes en atunes, en un viaje irreal desde Sylicon Valley hasta las almadrabas del Atlántico exangüe.

Nothing ever happens, nothing happens at all
The needle returns to the start of the song
And we all sing along like before

No pasa nada, nunca pasa nada
La aguja regresa al comienzo de la canción
Y cantamos como antes

Una vez, en Madrid, la fiebre que envolvía mis anginas infantiles me trajo alucinaciones. En la habitación de dos camas de Fósforo-8, un ejército de hormigas se dirige hacia mí, comienza a rodar y se convierte en un barullo de elefantes que me pasa por encima. La abuela María Flor, que me enseñó a leer, acude rauda a espantar los espectros. El capitán Blanco, que murió coronel, me conforta desde el dintel de la puerta con una mirada en cinemascope.
La vida es un rodillo atado a una noria que se mueve a golpe de muertos. Hay que sacar a los niños del paso de la muela. Todo lo demás no importa.

Nothing ever happens, nothing happens at all
The needle returns to the start of the song
And we all sing along like before

20 enero 2006

Sólo dos (quinto)

El escolta es nuevo, y por tanto lo escudriña buscando algún reparo que ponerle. A pesar de haber memorizado su cara plasmada en el informe con que los preparan para cada nuevo proceso de escolta, el fulano escruta al somnoliento héroe en zapatillas persiguiendo alguna objeción. No la hay. Mateo pulsa el timbre y una delicada voz infantil le pregunta quién es. Antes de que Mateo pueda responder la puerta se abre y su amigo, vestido de peludo, lo saluda efusivamente, quizá demasiado efusivamente para ser las nueve y media de la mañana de un sábado de carnaval.
- Pasa, Mateo, por Dios, que se enfrían las tostadas.
- Gracias, buenos días.
- Desde hace años los españoles y demás habitantes de la península ibérica no portuguesa confían en la eterna juventud gracias al aceite virgen extra que riega sus tostadas mañaneras.
- Qué corrección en tu discurso. ¿Y cómo se llaman esos habitantes no españoles?.
- Sería largo enumerarlos a todos, catalanes, vascos, gallegos, canarios, andaluces del este, andaluces del oeste. Mmm, qué diversidad y qué riqueza nutre este territorio.
- Ya, pero agruparlos bajo el epígrafe de no españoles es definirlos por negación, por oposición, quizá por la reflexión en un espejo que es el que les da existencia y, probablemente, la razón de ser.
- Bueno, la razón de ser es lo de menos, cuenta por encima de todo la razón de estar.
- Cada vez que hablamos te descubro más pragmático.
- Eso es porque hablamos poco. Vamos a desayunar, anda.
La cocina es un muestrario de todos los metales nobles, de todas las maderas nobles y de todas las piedras nobles para encimera. Sólo faltan los gases nobles y la nobleza que quita la política cuando convierte la verdadera amistad en un mercantil intercambio de favores. El ventanal de madera lacada se asoma a la fachada incompleta de la catedral que el arquitecto dejó sin acabar para seguir a su rey. Ya nadie sigue a su rey en estos tiempos, salvo que el porcentaje de beneficio industrial se aplique sobre una base suficientemente contundente. Roberto España transformó su amistad con Mateo en tal relación, porque a su vez ya había hecho lo propio con González cuando renunció a aquellos leves ideales socialdemócratas por la erótica, la pornográfica y la pederástica del poder. La propiedad transitiva aplicada a las relaciones personales lo aupó con pedestal de escándalo al Ministerio vía el sofá blanco de las confidencias y de los encargos presuntamente encargados y ciertamente bien ejecutados. González presidente, España ministro y Escandón aturdido, con la mochila olvidada en la calle de la desilusión y la derrota, llena de entrega a un proyecto marchito, traicionado por el amigo mercader, Roberto España, patrón de organizaciones no gubernamentales enroscadas en las ramas jugosas del árbol de los presupuestos generales de los estados, perdón, naciones, nacionalidades y regiones que extrapolan sus gastos para que los administren, y exterminen, los avispados jóvenes airados que descubrieron América en Madrid, dejando El Dorado como un erial y los despachos como un paisaje después del saqueo que sigue a una batalla.
- Qué me cuentas, Roberto.
- Es verdad, se me estaba olvidando. El servicio de contravigilancia que nos ha montado Pozurama, ya sabes, ha detectado movimientos alrededor de este portal.
- Ya se, Pozurama, el ministro del Interior más joven de la democracia. Y probablemente el más tonto.Vamos, no me incomodes criticando a un compañero en mi propia casa, anda.
- Joder, ¿ahora los ministros sois compañeros?.
- ¿Me escuchas o no?.
- ¿Y bien?.
- Parece que el objetivo de ese seguimiento que han detectado los Pozurama’s boys no soy yo ni mi familia.
- Soy yo.
- Correcto.
- ¿Alguna pista?.
- No te lo tomes a mal, pero una vez que se han asegurado de que el objetivo no es el Ministro, se van a limitar a mantener la contravigilancia. Pero quería que lo supieras.
- Gracias. ¿Puedo coger otra tostada salvadora de la salud?.
- Cómo no.
Mateo enfila la calle tras despedirse de su amigo. Le palpitan las sienes y los nudillos emblanquecen por la presión brutal que ejerce al cerrar sus puños. Una hora de paseo por la ciudad que se recrea ensimismada en su suerte lo relaja. El recorrido incluye una inmersión en el Mercado Mayor, que escondido a las espaldas del Ayuntamiento ofrece un festival de charcuterías, pescaderías y carnicerías que se va marchitando año tras año, dejando paso a tiendas de electrónica, cybercafés y locutorios para inmigrantes, que irrumpen a empellones dejando a los ciudadanos atónitos por el vigor de las nuevas tecnologías y los nuevos habitantes venidos desde países donde la vida es un lotería para la que no se venden papeletas.
Embriagado por el perfume marino de las especialidades de puestos como La Madrileña, Mateo Escandón no advierte la vibración de su teléfono móvil hasta la tercera llamada.
- A ver.
- Echeverría.
- Dime.
- Encontramos a tus amigos del alerón de fuego.
- Cuenta.
- Dentro del coche, muertos. Te veo en el Carlos, ya.

19 enero 2006

Black hawk down (2001)

La compra compulsiva, escape postmoderno para la satisfacción de instintos ahora primarios, me lleva a hacerme con una edición especial de esta película cocinada por Ridley Scott con el dinero de Jerry Bruckheimer.
Es la segunda vez que la veo, y me ha gustado más que la primera vez, sin enloquecerme. La escojo de la colección porque necesito pirotecnia, y las de Steven Seagal ya las he visto todas (en la hormigonera catódica, no en DVD, que me reservo mis dineros para otro tipo de propuestas). Scott es un buen artesano que con Blade Runner y Alien tocó techo, sin que esto sea menoscabo de su capacidad.
La factura técnica es impecable, aunque la música trata de poner una emoción que la historia no trasmite. Aún así, me subo a la montaña rusa con los Rangers y sobre todo con los Delta Force. Los somalíes, que caen como moscas, no tienen cara, lo que facilita la digestión del producto, y que a nadie se le olvide que también caían así, de forma inmisericorde, en Beau Geste, en Tres lanceros bengalíes y en Las Cuatro Plumas, y nadie paría sesudos análisis sobre la capacidad del cine para darle la espalda a una realidad de la que precisamente queremos huir cuando vamos al cine, cojones.
Un detalle, el Lt. Col. Danny McKnight, interpretado por un extraño Tom Sizemore, camina por el paisaje de la guerra como el mítico Lt. Col. Bill Kilgore (Robert Duvall, recuerdan).

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18 enero 2006

Wonderland (1999)

Drama urbano alrededor de tres mujeres, hermanas. Una historia sencilla, apenas un fin de semana largo, festivo en Londres. Dirigido por Michael Winterbottom. Cuenta con una fotografía feísta, de corte documental, cinemascope, con la cámara al hombro. Michael Nyman lustra la banda sonora.
Me ha gustado mucho. El cuerpo me pide una crítica/opinión a golpe de emociones.
Londres es feo, no se ven trajes con raya diplomática ni zapatos a quinientos euros. Hay pequeños cafés, apartamentos diminutos, poca luz, dos interludios magníficos a alta velocidad. Nadie renuncia a querer y a ser querido. Hay miedo a la paternidad, miedo a la soledad, sueños rotos. Una gran ciudad sucia, multirracial, preludio de Code 46. Sistemas de encuentros para corazones solitarios, hay que encontrar reemplazo para lo que perdimos. El hermano/hijo que dejó la casa también siente la nostalgia de la familia, sólo encuentra un mensaje en el contestador (en inglés, machine, qué oportuno)
Oasis en los salones minúsculos, bailando, café irlandés. Hay un final con esperanza, modestia y un poco de brisa agitando las cortinas.

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17 enero 2006

Una propuesta

Ya en mi mesa, un plato para gourmets, una recomendación para entendidos, entregada por unas manos blancas que buscan su destino en azul y negro.


Los aromas que trae son Dead can dance pasados por una Thermomix electrónica, de ola fría, gótica. Son las primeras impresiones, esta música requiere de paladeo tranquilo, de noche, solitario. Lo serviremos en iPod de madrugada. Ya comentaremos. Mientras tanto, Johnny Cash canta a su Personal Jesus.

16 enero 2006

Escaparate y éxito

Contaba el Fary que cuando no vivía de cantar se acercaba a los escaparates a observar los jamones y que a continuación se le caían las lágrimas. En Ortega y Gasset 40 hay un restaurante llamado Combarro que es como la cebolla del Fary. Luce un escaparate soberbio, donde una orquesta de cigalas, langostinos, quisquillas, centollos y centollas, merluzas e incluso un rodaballo como una plaza de toros interpretan las sonatas como nadie. Todo primorosamente colocado, sin abusar del hielo, con una alfombra roja en el exterior, al lado de la plaza del Marqués de Salamanca.
El sabado pasamos como los tres cerditos camino de la comida rápida cuando la orquesta interpretaba a Mozart para nosotros. Por la tarde, JVB hizo cuatro veces el paseíllo por delante de ese tendido siete que trabaja sólo para carteras plenas de éxito. Dice el piloto que el éxito es que al pasar por delante del escaparate te saluden desde dentro.
Para mí el éxito es tener dos hermanos como Julio y Fernando.

15 enero 2006

Sólo dos (cuarto)

- Se define como chuletón aquella porción de carne que cuando te la traen a la mesa te da vergüenza haberla pedido.
- ¿Y?.
- Es muy difícil mantener a temperatura conveniente esa cantidad de carne.
- Bueno, pero tienes un plato caliente para acabar de hacerla.
- No vengo al restaurante a quitarle trabajo al cocinero. Prefiero un solomillo que me puedo comer antes de que se enfríe. Recuerda que el punto de la carne es un compromiso entre un exterior dorado, casi crujiente, y un interior crudo, pero no frío. La carne debe prepararse para su destino fuera del frigorífico, y así reducir el choque térmico cuando pase a la plancha o se exponga a las brasas.
- Ya me lo has explicado muchas veces, y a pesar de todo me encanta volver a oirte, la convicción que transmites.
- Disfrutemos del solomillo.
La noche extiende su manto negro sobre una ciudad que se prepara para un fin de semana de francachelas, disfraces y paseos con los niños. Los dos amigos se despiden a la puerta del restaurante mientras convienen en dejar las copas para otro día. Mateo ha estado demasiado taciturno hasta el punto de reducir la tertulia a un intercambio de gruñidos por cada propuesta conversatoria de Ladislao.
Mateo deambula hasta casa dándole vueltas al asunto. Los otros peatones pasan deprisa, algunos enmascarados, estimulando los sentidos del viejo cazador, cortándole los análisis que debieran llevarle al porqué. Para Mateo no hay duda de que hay algo más, y no una mera discusión de tráfico postergada hasta el encuentro de la tarde.
Compartir edificio con el Ministro de Cooperación y Ayuda al Desarrollo le asegura un retorno tranquilo al hogar. Los escoltas que cuidan de la familia de Roberto España y de él mismo durante los fines de semana espantan cualquier riesgo de encuentros desagradables en el portal o en la escalera. Viejo amigo de la época de Nueva York, Roberto se cobra con un ministerio la ayuda prestada al presidente González para conseguir su segunda etapa en la Moncloa. Mateo puso el disolvente que fulminó el prestigio del candidato Rato, cocinando la receta infalible con fantasmas familiares y un poco de traición dentro de su propio partido. No se puede el grupo sólo e irse de viaje de novios a lado del Potomac y confiar en que tus correligionarios te preparen una vuelta triunfal.
Al llegar al portal uno de los escoltas ministeriales le hace un gesto para que se acerque. Mateo obedece con resignación. Está acostumbrado a que la rotación de los guardaespaldas le suponga identificarse con más frecuencia de la que le gustaría. Pero esta vez el muchacho es uno de los habituales. Algo pasa.
- Buenas noches, Don Mateo.
- Buenas noches.
- Tenemos un recado para Vd. de parte de Don Roberto.
- Dígame.
- Me dijo que le entregáramos esta nota.
Este cuerpo de guardia se expresa en plural mayestático, como un solo organismo, una máquina de repartir leña y de observar con casi mil ojos la realidad que pueda acechar a un ministro. El recadero desprende buena educación y horas de gimnasio y entrenamientos con arma blanca. Mateo los conoce bien, de cuando los años del éxito, y sabe bien que no se les puede dar medio metro de ventaja. Solamente cuando estás loncheado y empaquetado te piden la filiación.
Mateo recoge la nota, coge el ascensor hasta la cuarta planta. Allí dos tramos de escalera lo dejan frente a la puerta de la buhardilla. Entra, deja el abrigo en el viejo perchero de castaño, coloca los zapatos en el armario bajo la cubierta y se sienta en el viejo sofa con brazos que son estanterías para libros. La forma perfecta del respaldo le presiona los riñones y lo relaja hasta casi olvidar la nota del ministro. Abre un sobre amarillo sin distintivos, con un papel también amarillo doblado toscamente. La letra de Roberto es inconfundible.
Mañana baja a desayunar, sobre las nueve y media. R.
Hace mucho que no comparte con Roberto España otra cosa que saludos cumplidamente falsos en el portal, por lo que esta invitación vía culturista le eriza los instintos de viejo cazador acorralado. Le huele a aviso de algún tipo. Aún no está suficientemente cansado como para garantizarse un descanso sin dar demasiadas vueltas por la cama, así que escoge una película para despedir el día, The man who could be king. Una fantasía sobre sueños perdidos, acerca de los los hombres que pulverizan el presente y arrojan un futuro errante por los valles del dolor.

14 enero 2006

Veinticuatro horas

No hay desayuno. No hay comida. Julio duerme en el coche. Mi tío cronometra los kilómetros. Un Bentley a la entrada de Madrid. Carrera de San Jerónimo. Dry martini en el Palace, cortesía de 14431. Perfume de ginebra. Raúl ha sido malo. Roban el coche azul. Repaso a los indigenismos emergentes. Llamada desde Baqueira Beret. La agradezco sinceramente. Calle León. Iglesia de la Cienciología, colores horribles, una oferta para nuevos ricos. No saben a lo que se exponen, inconscientes. Una despedida a la puerta de la Real Academia de la Historia. Un individuo con una piragua pasa delante del coche. ¿Cuánto mide el frigorífico?. Chicuelinas en el portal. Johnny Cash. Robbie Williams. Una teoría de la depilación. Cuatro patriotas alrededor de una mesa. Tortilla, pavo escabechado, lechazo, manitas de cerdo, panacota. Gin tonics y Johnny Walker Black Label. Tierno Galván y Miguel Delibes. Otros personajes, ratas e hijoputas. El martillo de Pío Moa y el bombardeo de Cataluña. Ánimos para César. ¿Qué votamos?. Hacia una teoría del ensayo. La cultura y una generación desorientada, marciana, exenta. BMW Z3, plateado, asientos James Dean, branquias. Para Rául, un chófer por horas. Una teoría del naturismo. Copas. Copas. Copas. Un proyecto editorial que comienza con unas memorias. Catorce llamadas perdidas. Bocadillos de lomo con queso en la madrugada cruel. Risas en pijama. Una encamada de tres gorrinos. Consomé. El gran jaquetón se repone. Biografía de Alfred Hitchcock, Dublineses. Caravana hacia el desierto de loza. Una despedida a la puerta de General Pardiñas, 43. Una ronda por el barrio de Salamanca. Aparece el coche azul. Regreso. Risas. Carcajadas. Quien baja una película de Internet es un ladrón, el que se baja media película es un gilipollas. Fanta de naranja, todo un clásico. Fort Apache.

13 enero 2006

Viajes con mi tío

Estos días hemos recordado un mítico viaje que hicimos Julio y yo en septiembre de mil novecientos ochenta y cinco. El periplo incluía Madrid, Burgos y de nuevo a casa. Los hitos eran LIBER, en el recinto ferial de Madrid, y una conferencia impartida por él en Burgos.
Quedamos temprano, en el garaje, ya que en aquella época vivíamos en el mismo edificio. El día anterior yo había empezado El nombre de la rosa, éxito editorial de Umberto Eco publicado en Italia en 1980, y que me enganchó desde la primera hoja. No paré hasta que lo terminé. A continuación, una ducha y al garaje, sin dormir.
El Citröen BX blanco nos esperaba resplandenciente, repleto de cintas de El Pali, totem señero de la sevillana de Sevilla. En aquel momento ocupaba en los gustos musicales de Julio el lugar que años más tarde sería para la copla. Dedicación plena y exclusiva.
A cuatro minutos por sevillana, un viaje de seiscientos kilómetros, a una velocidad media de ochenta, hace un total de ciento doce sevillanas. Quitamos los tiempos de los noticiarios, podemos dejar la cifra en cien. Una proeza.
En la Feria del Libro ya no recuerdo si Ámbito tenía su tenderete, pero en cualquier caso conocí a tipos extraños que me saludaban con gran deferencia al saberme sobrino. Se acerca el mediodía y partimos para Burgos.
Paramos a comer en un asador a la salida de Madrid. Conocedor del escaso entusiasmo de Julio por la carne le sugerí que quizá era mejor otro sitio. Ni hablar, me dijo muy serio que a él le encantaban los chuletones.
- ¿Qué van a tomar los señores?.
- Dos chuletones.
Un rato después me tocó rematar la faena, como era de prever. Eso sí, para el postre no necesitó ayuda.
Seguimos camino. Cuando la noche en vela y las dos porciones de carne me tenían con un pie en el mundo de los muertos, paramos en un área de servicio a tomar una cocacola. Todo muy deprisa. Aún así, mientras me espabilaba en el baño, el conferenciante pergeñó el esquema de la charla en media cuartilla, con una catarata de letra menuda que a duras penas se sujetaba en el papel. Unas chocolatinas rellenas de naranja para animar al viaje, no nos vayamos a quedar sin azúcar en la sangre, que eso es muy malo para el cerebro.
Llegamos a Burgos y a toda velocidad nos dirigimos al salón de actos reservado para la conferencia. Sinceramente, no recuerdo el tema. Como siempre, un majadero preguntó por algo del archivo de su pueblo y poco más. Sin embargo, el hecho más destacable del evento se produjo a mitad de charla. De repente, la tela que adornaba y tapaba la mesa del conferenciante y sus presentadores comenzó a moverse. Tras unos movimientos que denotaban lucha, la tela se levantó para dejar paso a unos zapatos que querían salir a la luz, y que se quedaron a la vista el resto de la conferencia. Lo mejor de todo es que el público asistente no se inmutó ante tal fenómeno.
Tras la charla, a cenar acompañados por Jesús Crespo, Federico Sanz y Octavio Granado. Este último nos deleitó con su enciclopédico conocimiento de los avatares del gran visir Iznogud. Espero que ahora que es Secretario de Estado le sirva para algo. Es posible que me cenara otro chuletón, nunca sabes cuándo será la próxima vez que volverás a ingerir alimento.
De madrugada llegamos a Valladolid, en aquella época comunicada con Burgos por una carretera más que peligrosa. Gracias a El Pali fui alerta todo el viaje. Fue la última vez que lo escuché. Si alguna vez me llevan a Guantánamo ya saben qué música hace falta para averiguar quién asesinó a Kennedy.

12 enero 2006

Recuentos

Me aplico el metro para saber cuánto mido en el mundo electrónico.
El guglómetro dice que tallo más por El espíritu de Pavese que por mi identidad real, y en sólo cuatro meses.
Tengo que revisar el enfoque que le estoy dando a mi vida.

11 enero 2006

Sólo dos (tercero)

Con la meta en el Museo, Mateo baja por las calles recién pavimentadas que llevan al río. Un cauce musculoso, marrón del barro de las grandes lluvias, que se navega los domingos con la familia y también en las despedidas de soltero.
El convento de Santa Isabel, ahora hotel fuera de rango por atención y por precio, marca la frontera entre los barrios duros de la ciudad y las manzanas de oro trufadas de gusanosde las tiendas más chic. Más abajo se atisba el Archivo Municipal, apoteósico de grises, arcos y arcadas. en la esquina opuesta, el Museo. Construido sobre las dependencias de un convento benedictino, otro más, sufre el peso de un cubo de hormigón rematando una de sus alas. Este cabezón paralelepidédico es el grano de una epidemia que asoló las rehabilitaciones monumentales de las postrimerías del siglo veinte. En lo que va de siglo veintiuno, y dado que las ingenierías ya dominan los volúmenes multiformes e irregulares, el prisma muta en merengue de titanio a remedo del museo de Bilbao. A la meseta ya no llegará la nueva pandemia pues ya se agotó el crédito europeo, y cuando no se tira con pólvora teutona se guardan los dineros para otros menesteres menos vistosos.
Mateo sabe lo que no alberga el Museo, aunque el restaurante que se cobija en la esquina del edificio le provoca salivaciones extemporáneas. La familia Cuevas, amigos de Mateo Escandón desde los años del éxito, llevan con elegancia este rincón de copiosas raciones y florituras contenidas, centrados en carnes de los alrededores y pescados de las piscifactorías, dada la condena que cumplen los pescadores españoles, castigados por esquilmar los sietes mares y los cinco océanos.
Un pálpito en el corazón. No. Una llamada de Echeverría.
- A ver.
- Echeverría. Si me diera por preguntar en Urgencias, ¿qué lesiones identificarían a tus amigos de la lycra?
- Problemas con los dientes a uno. Le dolerán también las costillas. Al otro, la nariz en zigzag y un tobillo que ya no es tal.
- Qué bruto eres.
- ¿Algo más?.
- ¿Me tienes tú que contar algo más?
- No. Adiós.
- Hasta luego, charlatán.
Le cuesta ser más expresivo. Sus halagos se reparten de forma periférica, se podría decir, de tal manera que las personas más próximas reciben menos arrumacos. Un extraño pudor le impide demostrar más afecto, al menos verbalmente. Mateo prefiere entregarlo de otra forma, más física, más palpable. Real.
Las luces del bar del Museo alcanzan tenuemente el patio que precede su entrada. Una alfombra cálida que le arranca el apetito y que le lleva directo hasta Ladislao y su copón de vino, acodado en la barra, recortado como un Alan Ladd, recio y cuadrado como una escribanía de nogal.
- A mis pechos, Mateo.
- Abrazos, Ladislao.
Los sonoros palmetazos en las espaldas escenifican un reencuentro épico, siempre que se ven, como descubridores de maravillas que vuelven a casa tras años de periplos por todos los continentes.
- ¿Tomas un vino?.
- Mejor vamos directamente a cenar.
- Vienes con hambre, pájaro.
- Sí.
Se acomodan en la mesa que da al enorme ventanal abierto a la calle. Es viernes de Carnaval y se ven algunos disfraces protegiendo a sus dueños del frío. Este año se impone el extinto oso polar y el hombre de Atapuerca con uniforme de invierno. Felpa barata y falsa lana para proteger al lobo mesetario de los rigores del cambio climático, más esdrújulo en estos últimos inviernos.
- ¿Qué te pasa?. Te noto tenso.
- Han intentado apalearme esta tarde. Dos imbéciles, por encargo.
- ¿Estás bien?
- Sí, sólo esta quemadura en la mano, dando cera.
- ¿Lo has denunciado?.
- No, pero hablé con Echeverría. Está claro que el pagano no quería hacerme daño, sólo avisarme. Pero no se de qué.
- ¿Estás trabajando en algo?.
- Nada relevante, un cornudo, un padre con un hijo tonto estudioso de la química y un falso cojo que estafa a todos los españoles. A los castellanos, quiero decir, con esto del nuevo Estatuto me cuesta centrar el problema.
- No te quejes, ahora ya tenemos Agencia Tributaria como los demás.
- Ya, pero la nuestra tiene el cajón vacío.
- Que nos despistamos. ¿Por qué no te vienes a dormir a casa?.
- No. No salgo del castillo hasta que me den el certificado.
- ¿Qué certificado?
- El de defunción.
- Calla, joder. José Luis, ¿nos tomas nota?.
- Buenas noches, ¿qué os apetece?.
- Chuletón. Y una ensalada para disimular. Mateo, ¿te parece bien?.
- En lo de la carne, sí, pero en otro formato, prefiero un solomillo, ¿te importa?.
- No, dos solomillos, luego me explicas lo del chuletón.
- ¿Y para beber?.
- Vino como para una boda. La Vicalanda, que no está el horno para bollos.
- Perfecto. Buenas noches.

Les Vacances de Monsieur Hulot (1953)

Segundo largometraje de Jacques Tati donde presenta en sociedad, y de qué manera, a Monsieur Hulot, y que supera mis expectativas. Tras Jour de Fête (1949), donde ya hay muestras de su genio, estas vacaciones al lado de mar fijan el universo de Tati, donde su personaje deambula tratando de pasárselo bien, consciente de sus meteduras de pata, pero también de sus fundamentos de buen hombre.
Llaman mi atención diversos aspectos de la factura técnica de la película. Los encuadres son primorosos, con unos movimientos de cámara imperceptibles pero que ponen el ojo (el espectador) frente a la acción, sin trampas. La transferencia a DVD hace justicia en casi todo el metraje a una luminosa fotografía naturalista, bien contrastada, con algunos problemas en las escenas noctunas y/o con efectos especiales. La música está formada por un tema recurrente perfectamente integrado en la trama, y que en muchos momentos es escuchado también por los personajes. Funciona como rueda de noria, marcando el comienzo de cada secuencia, pero sonando siempre nuevo, como el acorde de la puerta del comedor. Los personajes hablan en francés, alemán, inglés, todo mezclado, batiburrillo babilónico que se anticipa a este mundo mundial, perdón, global. Hay militares jubilados, gimnastas, cocineros, hermosas chicas, jóvenes que escuchan a Billie Holliday, aristócratas que cazan en silla de ruedas, financieros colgados del teléfono incluso en vacaciones y niños, muchos niños.
Hulot es alto, con un sombrero y una pipa que quedan para siempre como rasgos de su carácter, amén del coche con el petardea por toda la Bretaña. Aprende a jugar al tenis mientras se compra la raqueta, recibe pésames en entierros ajenos, castiga a los mirones (aunque no lo sean) e incluso muta en monstruo marino. Todo sin darse ninguna importancia. Su caminar encorvado quizá le haga ver el mundo distorsionado, aunque no descartemos que sea el único que lo enfoca bien. Los que le rodean se contagian de su facilidad para generar desorden (antológica la intervención en las partidas de cartas), pero en la fiesta de disfraces es quien baila con la muchacha, un extraño ángel ario con peinado galáctico; qué problemas tiene Hulot para posar la mano en su compañera de baile. Los gags están bien construidos, pero con un toque naif los hace más verosímiles aún, regalándonos risas francas y oxigenantes (Dios mío, cuando coloca los cuadros). Tenemos escenas al borde del mar (mmm, Kitano estuvo aquí, y no sólo por ésto), entre las casetas, con un caballo, con el engrudo del heladero, pintando una barca, geniales todas.
Un final hermoso, triste, con Hulot casi solo, un colofón tierno para un verano que, como todos los veranos, nunca se repetirá.

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10 enero 2006

Nace un blog

Botas y sombreros.
Las vetas del pozo Cablero dan para mucho. Aromas de country&western, carne a la brasa y orujo de naranja.
Si supera la prueba del primer mes le haremos hueco en De lectura diaria y obligatoria.

Territorios

Mmm, ese territorio mítico, Tontolahabia.

Sólo dos (segundo)

La oficina tiene unas vistas magníficas a los tejados del barrio sucio. Ahora que el pintoresquismo tiñe de colores cursis la mala conciencia de los concejales, alcaldes y expertos en resucitación de ciudades muertas, Mateo Escandón siempre recalca el nombre señero con el que se distinguió la parte menos noble de la capital, la que vive a espaldas de la catedral nueva, entre el escaparate monumental y falso de los conventos rehabilitados y las avenidas edificadas sobre el raudo tren que se sumerge a su paso por la ciudad. La oficina es una buhardilla encaramada a un edificio que en tiempos vio el ferrocarril, y que nació con él de la mano de los maestros de obras que suplieron la falta de arquitectura con oficio y ladrillos rojos. Hábiles artesanos venidos de Cataluña que dotaron de habitáculos casi dignos a los recién llegados desde el campo a la ciudad, población que conoció algo de progreso en la segunda mitad del siglo diecinueve. Las esperanzas de desarrollo murieron en los casinos y en la compra de pisos para asegurarse un futuro de rentistas en vez de un prestigio como industriales o inversores. Años después hubo que pagar el precio de depender del automóvil, como una caricatura gris y falsa de Detroit y otras, sin blues ni negros ni grandes fortunas. La segunda primavera se calienta al sol del tren rápido que lleva a los viajeros de la ciudad castellana a la capital del Reino antes de lo que se necesita, en un viaje que tiene mucho de despojamiento de la identidad y poco de comunicación entre comunidades iguales.
Mateo Escandón se ducha tras repasar los daños, reducidos a una quemadura en los nudillos y un pálpito que se quitará bajo el chorro de agua caliente. Se afeita con cuidado, casi con mimo, mientras se pregunta cuánto pesarán los pelos que día tras día se quita de la cara. Mejor pensar en eso que en el coche amarillo.
Una llamada al inspector Echeverría, amigo desde los tiempos del instituto Espronceda. Lo ayudará a encontrar sentido al torpe intento de agresión que ha sufrido.

- José Luis.
- Hola, Mateo.
- Ocio o trabajo.
- Dentro de media hora, en el Carlos.
- Un poco más tarde, a las nueve.
- De acuerdo.

Mañana comienza el Carnaval. La climatología mesetaria sólo permite disfraces con forro, nada de veleidades caribeñas, salvo que haya termolactyl debajo de las faldas de rafia. También hay mucho alcohol alimentando las calderas de una falsa alegría plantada en medio de un mes de febrero agresivo, frío y cruel como ningún año.
Mateo recorre los lindes del barrio sucio camino del Carlos, un bar dedicado en exlusiva a las delicias de la carne de cerdo. Morro con tomate, torreznos patanegra, jijas y sobre todo, oreja rebozada como espuma. El cartílago queda deshecho por una fritura primorosa con aceite nuevo, siempre aceite nuevo. Como dice Carlos, sacerdote del fogón, nunca de la plancha, el que no se lo pueda pagar, que se haga notario. Asunto resuelto. Porque la oreja merece la pena.
Cuando Mateo entra en el local ya lo espera Echeverría, acodado en la esquina coqueta donde los bachilleres se meten mano en los recreos y los policías se confiesan con los amigos del instituto.

- Buenas.
- Buenas.
- Ya he pedido los torreznos.
- No puedo. Quedé a cenar con Ladislao. Tengo que hacerle gastar.
- Tú te lo pierdes. ¿Sigues pensando que no te vas a morir nunca?.
- No me toques los huevos.
- Dime.
- Hace un rato estuve entrenando con dos sparrings.
- No jodas. ¿Todo bien?.
- Sí, ellos no tanto.
- ¿Vas a denunciar?.
- No. Al menos de momento. Tengo preguntas.
- Vamos allá.
- Dos anormales peganiños. Veinteañeros. Amateurs. No pude verles la cara. Ropas de mentira, ya sabes, lycra china. Navaja y cadenas. Huyeron con un tercero en un coche tuneado. Amarillo, con un alerón con ribetes de fuego.
- ¿Drogados?.
- Puede. Miradas turbias. Pero olían a alcohol.
- Cosa extraña. Tenemos muchos problemas con los pastilleros, pero no suelen soplar. En este caso, si eran debutantes en palizas a personas mayores, quizá necesitaron autoarranque.
- No soy mayor.
- Bueno, dejémoslo en Crianza.
- Dame un rato. Te llamo más tarde.
- Gracias.

Mateo se levanta raudo, paga en la barra, le guiña el ojo a Carlos y repasa el culo de la última nínfula llegada al bar. Buenas nalgas, partes altas algo peor. Levanta la vista rozando el delito, sale a la calle y enfila la ruta que lo lleva al Museo.

Dientes

Van jalonando el camino que lleva a la salida de la infancia. El ratoncito Pérez entrega premios al tesón de la naturaleza mientras el heredero se acuesta feliz esperando la sorpresa que se acomoda en la almohada.
Esta noche una furgoneta Volkswagen de época aparca debajo del calor del niño para despertarlo con la emoción de los regalos que aparecen por arte de magia y por el trabajo callado del roedor más querido.
La nena espera casi impaciente que a ella también se le caigan los dientes.
Sin embargo yo espero que los míos duren.

09 enero 2006

Sólo dos (primero)

Los paseos solitarios le tonifican el cuerpo y el espíritu. Con el ritmo que marcan viejas canciones aromatizadas con psicodelia recorre las nuevas zonas residenciales donde se cosechan fortunas imponentes y prestigios empresariales sólo para entendidos. Las manzanas de chalets adosados de arquitecturas imposibles se intercalan con almacenes y talleres ya exhaustos de tan viejos.
La tarde cae mientras los últimos fríos del invierno lo empujan a avivar el paso. El viejo cazador respira peligro. Sólo una furgoneta roja se interpone entre él y la salida a la calle principal del polígono. Pequeñas naves industriales, restos de un esplendor ya oxidado, jalonan la escapatoria. En la segunda bocacalle, cerrada de tan oscura, unos ojos encendidos lo miran preguntándole si es un suicida. Es un gato grande, lírico, aún no es su Amba. Sigue caminando, cada vez más deprisa, ya muy cerca de la furgona. Se detiene, las primeras farolas que aún no pueden con la luz del atardecer le señalan un reflejo en un charco, justo al lado de la rueda delantera izquierda. Una navaja brilla temblona en el agua sucia. Suavemente, despacio, su mano izquierda retira los auriculares de los oídos, y con un movimiento reflejo perfectamente resuelto los guarda en el bolso del mismo lado del forro polar.
Salen dos mentecatos con los ojos turbios apestando a alcohol y a mierda. El que no lleva navaja se agarra frenético a unas cadenas demasiado pesadas para sus muñecas, más que femeninas. No son profesionales, les va a salir la gestión con beneficio cero o negativo. Darle una paliza a un cazador solitario no es lo mismo que asustar a bachilleres a las puertas de las discotecas.
Se acercan pegados por el miedo cuando consiguen abarcar los hombros del viejo cazador. Muñequitas lanza las cadenas en un movimiento que deja su costado visto para sentencia. Un puño como una roca le deja un sello de bronce justo donde las costillas se despiden cerca del hígado. Gime y escupe mientras trata de mordisquear algo de aire. Navajita pone el acero a la altura de la cara, mostrando todo el miedo del mundo en su cara de tonto. No le da tiempo a abrir la boca cuanto una patada de medalla de plata le deja en el suelo con el tobillo derecho mirando a la Meca. Muñequitas pierde el juicio y se lanza gritando contra un puño que roza la velocidad de la luz y que deja un reguero de dientes haciendo juego con el colgante del cretino. Navajita intenta levantarse pero otra patada, ésta de medalla de oro, acaba de convencerlo de que es mejor dormir. Su compiche lo recoge a duras penas y salen corriendo hacia un coche amarillo que surge raudo de la tercera bocacalle. El alerón con ribetes de fuego permitirá encontrarlo si tardan más de la cuenta en repintarlo.
Una quemazón en los nudillos y un siete en el pantalón le recuerdan que hay que salir de allí y hacer recuento de daños. Aviso recibido. Ahora toca interpretar las señales, localizar al emisor y actuar.

08 enero 2006

Tacones

Le gustan desde siempre. Se encarama a ellos con sus tobillos de espuma, perfectos, solemnes, y zapatea por toda la casa como una ratita tan presumida como vergonzosa. Los leotardos se arrugan ante la responsabilidad de mantener calientes las piernas más bonitas del hemisferio norte, y los leopardos acechan en la cama sin dar crédito a lo que sus ojos ven.
Vestida de unicornio rosa llena mi mirada de una expresión bobalicona y maravillada. Responde segura cuando le pregunto por la niña más guapa del mundo. Contraataca recriminándome el picor de mi barba cinematográfica mientras me enseña su boca llena de fideos de chocolate, hormigas dulces de una tarde de domingo.
Ayer vi una fotografía de mi madre que conservamos en Fort Apache, tomada hacia la misma edad que la nena tiene ahora, a la puerta de Arzobispo Blanco. El parecido es sorprendente y cómico. Del blanco y negro de hace cincuenta años al rosa electrónico más delirante. Las hélices del ADN tejen hilos, más allá de las generaciones, que asombran y enternecen, ligando padres, hijos, abuelos, nietos, tíos, sobrinos.
Como para no taconear.

07 enero 2006

El Edén


En mayo del año pasado estuvimos en el Edén, un coqueto hotel de Lisboa, antiguo teatro art decó, premio de arquitectura por una cuidada rehabilitación, y que fue nuestro hogar durante un placentero y familiar fin de semana.
Ahora edito y monto el documental de aquella visita, como una Thelma Schoonmaker de andar por casa. Entre tanto, y mientras espero a De Purísima y oro y su mochila de juguetes, me conecto al ordenador del académico para poner el bigote de la ñ en su sitio.

06 enero 2006

Materiales

Hechos.
Banda sonora.
Opiniones (I).
Opiniones (II).

Y ahora, que nos digan eso de que mi perro no muerde.

La bañera

Ritual higiénico al que el padre asiste de vez en cuando. El heredero, armado con una esponja, me espera rodeado de tiburones, orcas, delfines y cocodrilos. El hombrecito se enjabona solo mientras su padre le pule y repule los cabellos, que quedan brillantes con un penetrante olor a albaricoques.
Después vienen los juegos, siempre bajo el chorro reconfortante de la ducha. Su piel blanca como ninguna recibe encantada el calor del agua mientras discutimos si una orca cabe en una bañera. Dado que el bañal esta lleno de mamíferos marinos, acordamos que no será tal bañera sino piscina o mar completo.
Tras esto, y mientras lo que sea se vacía, los ejercicios de submarinismo, versión pulmón libre. Mientras lo veo debajo del agua me doy cuenta de que cada baño aguanta más, e incluso su cuerpecito ocupa ya casi toda la bañera. Lo cojo en brazos envuelto en una toalla enorme. Cómo pesa. Pensé que nunca crecería y casi no puedo con él.
Cenizas.

Cenizas


Pasan los días carbonizando las vivencias, dejando un rastro de cenizas que a duras penas capturamos para forrar nuestros recuerdos. Con la cámara en el bolso atrapo momentos que más adelante estimularán la memoria. Sólo consigo retazos desenfocados que el tiempo rellenará de leyenda y suspiros, dejando un halo mágico en los días felices de nuestro pasado.

Quiero que todos los días sean hoy, con los niños felices, enterrados en juguetes, pensando que la magia cubre las carencias de la vida, suspirando por más días así.

05 enero 2006

Homo drulus

Me puso este nombre hace años, latinizando el muy evidente Pedrulo. Hablo con él para felicitarle los setenta y ocho machacantes y me dice que ahora soy homodrulus puntocom. Supongo que sabrá por Mariángeles / Mariaelena de mis brochazos en este blog. Hay pocas cosas que se le escapen, aunque se escabulle diciendo que ya no entiende nada.

Es el hermano pequeño de mi abuela, médico humanista enamorado de las máquinas y de Peral, abuelo de seis nietas y padre de seis fresnos. Aunque hace años que no fuma, nunca dejó de fumar, mis recuerdos están rodeados de la bruma del cigarrillo, de su pitillera de plata, de las sobremesas épicas, de su ironía acerada, de las anécdotas de una España ya irrepetible, de sus Citröen y de su bonhomía intachable.

Hoy le toca ponerse al teléfono, atendiendo tristón y melancólico las llamadas que se repiten cada año como un ritual de familia tan mágico como inexplicable. De niños sus cumpleaños eran el preludio festivo de la llegada de los Reyes, último mojón de las Navidades antes del regreso a León.

De la mano de Flori, Sofia Loren del barrio de Salamanca, castiza y buena como ninguna, tía de todos, asisten infatigables a nietas, hijos, hermanos, sobrinos, dejando un halo caliente de hogar y prisa que nos hace sentirnos en casa cuando estamos con ellos.

Felices setenta y ocho.

Escenarios


La vista desde la mesa del ordenador es el trampantojo de mis navegaciones y de estas escrituras. Trato de capturar el decorado de estos días plomizos y desesperanzados, plenos de niebla, grises y negros. No veo el sentido de lo que me rodea, y espero como Travis que venga un lodo a llevarse toda esta mierda.

04 enero 2006

Blood and roses

Me siento a escribir con el corazón saliendo por la boca. La angustia me aprieta la garganta y la noche me cierra todas las salidas. Veo brillar los ojos de Amba. Me duele la rodilla y dudo. Presa fácil para los tigres de Corea que acechan en los descampados del alma.

Busco refugio en la música y vuelvo a caer en Blood and roses. The Smithereens. En los años ochenta del siglo pasado alcanzaron cierto reconocimiento con Especially for you, album que recoge entre sus surcos esta sangre con rosas, marchitas de puro mortales. La energía puesta a los pies del desapego por la pérdida. Estos versos me ayudaron en una amarga despedida. Los traigo aquí.

It was long ago
Seems like yesterday
Saw you standing in the rain
Then I heard you say

(chorus)
I want to love but it comes out wrong
I want to live but I don't belong
I close my eyes and I see
Blood and roses

Love flowers in the springtime
October we were wed
In wintertime the roses died
The blood ran cold
And then she said

(Chorus)

It was long ago
Seems like yesterday
Saw you standing in the rain
Then I heard you say

I need your love but it comes out wrong
I try to live but I don't belong
I close my eyes and I see
Blood and roses
(fade)

Fue hace tiempo
parece ayer
te vi de pie en la lluvia
y entonces te oí decir
(coro)
Quiero gustar pero todo sale mal
quiero vivir pero no valgo
cierro los ojos y veo
sangre y rosas
Flores de amor en primavera
en octubre nos casamos
en invierno las rosas murieron
la sangre corre fría
y entonces ella dijo
(coro)