29 noviembre 2005

Novedades

Recibo novedades en soporte redondo. A saber, Major Dundee, Insomnia y King of the Delta blues singers.

Me llegan desde Florida, allende los mares. Promesas de cine y blues.

Llamada de la estepa para mi amigo, hay tres pequeñas esperándolo.

Reciba mi afecto, mi enhorabuena y mi admiración.

La risa

Tonifica, estimula y pacifica.
Ese momento en que asoman las lágrimas. Esas risas que brotan cuando recordamos otras risas, cuando vemos otras risas.
La risa de los niños, la risa hurtada al vistazo del profesor, la risa oculta a los ojos del cura, la risa que te rasga la boca, te limpia los pulmones y te hincha los mofletes.
Riamos en tiempo presente, plantemos cara al ladrón, juremos que nunca se la prohibiremos a nadie.
Riamos, por Dios.

28 noviembre 2005

Fabes con almejes

Preparando el debut con picadores me entreno con unas almejas de a doce euros por kilo. El de largo nombre y corazón enorme, nacido en Cuenca, me sorprende en la cola de la pescadería. Charlamos rato largo sobre las escapatorias emocionales de los hombres, simples como nuestro hambre y plenas de satisfacción cuando nos caemos en ellas. Cine para la épica, la literatura como metralleta, músicas vibrantes y encuentros con los amigos, sin hora para el The end.

Para la faena cuento con los herederos, la chica de mirada oceánica y el obrero de blog, que llega aturdido por la noche que oxida con agua de fuego y miradas de soplete por las barras de los bares.

Zampamos con ritmo sereno y salimos como cohetes a darle explicaciones en papel a los que visan nuestro futuro en el paraíso.

Nos enredamos en Dylan, Abraham García y sobre todo, Johnny Cash, ay, ese Pocahontas.

Atropella una dedicatoria para De Purísima y oro. Raudos a la estación, promesas de cenas, conversaciones, conciertos.

Y los carabineros rojos, siempre rojos.

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27 noviembre 2005

The band wagon (1953)

Aquí Melodías de Broadway 1955. Magnífica edición en DVD para este monumento al mundo del espectáculo presentado bajo el esquema de la construcción de un musical que fracasa en primera instancia pero que con el tesón de sus artistas llega a triunfar.

Quizá un argumento manido pero llevado magistralmente por la mano del maestro Minelli, que lo convierte en paradigma del cine musical. Me llama la atención que el mundo en el que viven los artistas es totalmente endogámico, no se relacionan más allá de sus cosmos particular que es el génesis y desarrollo de su obra. Probablemente sea intencionado mostrar esta autarquía, pero no puedo dejar de envidiarlos por esa energía alegre que desprenden y también por lo bien que bailan y cantan, joder.

Fred Astaire y Cyd Charisse nos llevan en volandas por algunos de los números musicales más elegantes jamás vistos, como ese llamado Dancing in the dark, que nos hace suspirar viendo bailar a los protagonistas.No olvidarse del paseo que se da Astaire por la galería de la calle 42 al comenzar la película ni del fin de fiesta, The Girl Hunt Ballet. Suena That’s entertainment, canción convertida en himno de la pasión por el espectáculo y el entretenimiento, y además, el Technicolor, los personajes siempre impecablemente vestidos, el ritmo intenso, los cuadros de Tony Hunter/Fred Astaire, lo que fuman los personajes, la escena sublime en la que Jeffrey Cordova/Jack Buchanan convence a Paul Byrd/James Mitchell de que debe contar con Gabrielle/Cyd para la obra, etc.

Ya no se hacen películas como éstas.

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26 noviembre 2005

Libros sobre la mesa (II)

La pasión por los libros y la literatura que contienen pone en mis manos Fahrenheit 451, de Ray Bradbury.

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Los girasoles ciegos

Reitero mi agradecimiento de De Purísima y oro por esta joya que puso en mis manos hace cuatro despidos.

Cuatro cuentos breves engarzados dos a dos para recordarnos que las tres cuartas partes del siglo XX en España son un inventario de derrotas, tanto para los que ganaron para los que perdieron.

En todos los protagonistas y los antagonistas aman. Aman a sus hermanos, a sus esposas, a sus maridos, a sus hijos, a sus madres y a sus padres. Y esos amores estremecidos por el frío y por la guerra infame dejan en el lector una angustia por la evidencia de la levedad de nuestra existencia, por nuestro deambular atontado por la Historia, a la que servimos de extras en una cinematografía implacable.

Alberto Méndez transita por estas secuencias con la delicadeza necesaria para no arroparse de maniqueísmo y deja de lado cualquier dialéctica de venganza, aunque los hechos son necios en ese sentido.

Me estremece el segundo relato ambientado en las brañas de Somiedo que hace tiempo conocí, convertidas para siempre en escenarios de la Historia, en atrezzo para el festín cainita que nos dimos en este país, y del que aún nos llegan regüeldos de una mala digestión.

Ante nuestros ojos rematan sus existencias una colección de muertos en vida, y saber leer y entender Los girasoles ciegos es una prueba de honestidad, entereza y madurez política, y el mejor homenaje a todos los que se cayeron mientras caminaban por la Historia.

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25 noviembre 2005

Tarde de viernes

Un suculento conejo guisado con arroz pone un disco en verde y sabor a pimiento en la tarde del viernes. Revisamos al heredero que se deshace como mantequilla en brazos de su padre al oir la palabra vacuna. Esa batalla es para otro día. La risa brota entre el llanto al comparar el padre sus espaldas con las del médico, que no hace sino reirse al ver el torbellino que acompaña al pequeño, torbellino pleno de bufandas, paraguas, abrigos, padre y madre, guantes, incluyendo heredera volandera y pizpireta que se desparrama por la consulta reclamando atención de los allí presentes.

Tarde de jugueterías y librerías para ir afinando el tiro ante los eventos navideños que ya enseñan la patita por debajo de la puerta ribeteada de bombillas y espumillón.

Ojeo un libro sobre Historia de la fotografía en España, editado por Lunwerg, que me deja el corazón cosido con muertos, toreros, miseria, puterío y angustia.

Sorteamos el desmayo y encaminamos los pasos al portal que mutó en tienda y que cambió la estrella por el triángulo verde. La cacería es fructífera y salgo henchido de satisfacción con Historias de Filadelfia, Melodías de Broadway y Narciso negro en la buchaca.

Se extiende ante mis pechos un fin de semana de frío, cine y familia. El obrero del blog cruza el océano para secarse la espalda en esta España tiesa de tanto tonto que vive a costa de su santo nombre.

Hablaremos sin electrónica por el medio. Espero que no se haya olvidado de que aquí llevamos boina.

Dos libros sobre la mesa (I)

Iniciamos nueva serie dedicada a los proyectos de lectura que tenemos en curso. Con el tiempo, y si este blog resiste a los embates del tiempo, será un inventario de lo errático de mis lecturas.
Empecemos, pues. De un lado, Historia y comunicación social, de MVM. Por otro, y gracias a De Purísima y oro, Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez.
La cosa promete, ya informaremos. O no.

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24 noviembre 2005

Gris

Salgo de viaje hacia el Norte, de amanecida.
Alguna de las nubes intenta devolver un reflejo en morado o en suave naranja, pero la tonalidad que domina es el gris, un gris de dictadura militar, de capote duro con botones dorados llenos de óxido, el que nunca descansa.
El alma del viajero busca la luz, colores de otro mes, brillos y sonidos a ritmo vivo que lo pongan de cara al día que llega, pero sólo hay gris, frío, llovizna y las canciones de Nebraska, con todas sus letras rojas.
La llegada a destino deja entrever rayos de sol que caen en línea recta desde una nube tremenda, como remedo de un Dios que hace tiempo decidió dejar de existir.
Un espejismo que deja paso a un muro más gris si cabe, con un apellido marengo que cae como losa de granito gris sobre el que esto escribe.
Augurios negros para el regreso a Fort Apache.

23 noviembre 2005

Morgan

22 noviembre 2005

La alameda

No tengo ni idea de árboles. Envidio a mi padre por eso, se los sabe todos. Será una alameda o una chopera, como decíamos en el colegio. Esta de Traspinedo enmarca el caminar decidido de mis hijos hacia el parque, otro más. Los árboles los reverencian, alargando sus manos con forma de hojas para que hollen el suelo más mullido que se conoce, el de la naturaleza que se pudre para extender la vida más allá de lo que está por venir.

Van raudos hacia los columpios, el tobogán, los balancines con muelle, el paraíso en la tierra. En cuánto tiempo añoraremos estos días grises en que los pequeños se conforman con un bosque de ramas de hierro y asientos de madera, escenario de juegos infantiles frenéticos, con los deseos de atraparlos y jugarlos todos y que se les escapan poco a poco entre los dedos tiernos de la infancia.

La mirada oceánica los persigue por el recinto, abierto al páramo y a unas tierras quizá ya yermas que alguna vez acunaron a otros niños, tal vez en otra España más negra que conocimos en sepia, y en la que se posó otra capa de amables hojas de álamo/chopo.

No olvidaremos, la memoria se hace capa a capa, donde las de abajo se prepara el camino para las que vendrán después.

No olvidaremos nunca.

21 noviembre 2005

Placeres de la vida (VI)

El lechazo cortado en trozos, ensartado en una inofensiva espada con empuñadura de madera. A partir de ahí, llámenlo pincho o barra. Qué más da.

La carne se despoja de su grasa sobre brasas de sarmiento, hasta ese punto dorado con entrada crujiente, sin traza de humo, quedando jugosa como nunca y amable con el comensal que queda extasiado con el desensarte de las piezas que vuelan del metal al plato de barro, por supuesto.

La mala conciencia encarga una ensalada de lechuga, tomate y cebolla, como toda la vida. Hay que averiguar porqué las ensaladas en Traspinedo saben de esa forma, porqué tienen ese perfume. La leyenda dice que el vinagre es de Vega Sicilia, como los sarmientos. Será para darle alguna explicación al fenómeno.

Añoramos una vida plena de visitas a Traspinedo en domingos y fiestas de guardar, de encuentros con amigos que arrancan con una sopa castellana, de paseos por las alamedas hasta que el sol se esconde dejándonos de suplente el frío mesetario, vengativo y cruel, deambulando por los parques de juego en juego, despidiendo el domingo con congoja en el alma.

Ir a Traspinedo es fiesta. Lo será siempre.

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19 noviembre 2005

Monument Valley

Busco mi Monument Valley, quiero ser John Ford. El espacio para la creación, para el alimento del alma, para respirar el aire puro que completa los pulmones como en una carcajada.

Encuentro lo que la fotografía muestra. Estoy perdido en un cuadro de Rothko, en la parte gris, emborronada la existencia y la cabeza. Pienso a cámara lenta, llamarlo pensamiento es un insulto a los que llegan a conclusiones desde un armazón inteligente de premisas, verdades, observaciones.

No hay luz en mi Valley, no hay camaradas, no hay The End, no está Ben Johnson. Quizá, tan solo, un continuará escrito con mano temblorosa, escasa de azúcar, con las yemas de los dedos frías. La puerta se cierra y me estoy quedando fuera, como aquel Ethan que descubre tras el viaje que su mundo ya no existe, o que este mundo ya no es para él. Ha vivido dentro de sí, para sus demonios, para su furia contenida alimentada por el recuerdo y la melancolía, el anhelo de lo que nunca tuvo.

No hay amaneceres restallantes, ni tarea más titánica que llegar al día siguiente, anhelando el Norte, el refugio en verde, el granito pulido.

La soga tira y quema, pero unas manos pequeñas y firmes me sujetan, me atosigan con su discurso que me enreda y me baja al suelo, a la arena, no puedes fallar, te necesito, empuja el columpio, cógeme que salto tres peldaños, te quiero muchísimo, no he probado todo el parque, súbeme a la red, no te comas mis galletas, no quiero más zumo, vale, vamos a casa.

Forty guns (1957)

Dirigida por Samuel Fuller en 1957, aquí se llamó 40 pistolas, aunque creo que con escasa difusión. Disfruto en el cine de mi casa con el DVD de Filmax, que nos trae una notable edición, sin extras, pero con una gran calidad de video/audio para la película, que a fin de cuentas es lo que vale.

Qué sorpresa de película. Desconocida para mí, me llegan ecos desde Cinexilio, un espacio abierto dedicado al cinematógrafo, así que me lanzo a comprarla.

Un western en Cinemascope y en blanco y negro, con una excelente fotografía llena de matices, tanto en las localizaciones exteriores como en los planos rodados en interior.

La película evoca el amor fou de Johnny Guitar, bordeando lo sublime y lo cursi, aunque siempre a salvo gracias a la honestidad con que se presenta la trama. Tenemos tres hermanos, al estilo Wyatt Earp y familia, donde el primogénito es consciente de que su mundo, el de las pistolas de alquiler, se acaba. Sus hermanos le siguen la estela. En Cochise County Jessica Drummond/Barbara Stanwyck gobierna el valle con la mano de hierro de sus cuarenta pistoleros. También tiene un hermano calamidad que desencadena la trama, como en los Rios de Howard Hawks. Estas cuarenta pistolas que sólo actúan de uno en uno, salvo para surgir como un huracán en la extraordinaria secuencia que abre la película.

Desde ese momento somos conscientes de que vamos a presenciar un acontecimiento cinematográfico de primer orden. Planos subjetivos, travellings, fundidos encadenados, todo sirve a Fuller para narrar una historia de evolución previsible aunque no por ello menos interesante y atractiva. Fuller no renuncia a ningún recurso técnico, pero siempre supeditado a la historia, al contrario de las costumbres que imperan por el cine actual.

Para el recuerdo siempre los baños colectivos, la novia vestida de negro, la mirada a través del cañon del rifle, los ojos de Griff Brunell/Barry Sullivan, la tormenta (¿han visto Dersu Uzala?), la mirada neblinosa del marshall que se queda ciego, la escalofriante secuencia del suicidio de Logan, el muerto en el escapate, el duelo final, con Griff manejando el revolver de cachas de marfil como si fuera el bisturí de un cirujano.

Me pregunto cómo se puede hablar de cine sin haber visto Forty guns. Yo he corregido a tiempo, espero.

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Despedida y cierre

Otro encuentro alrededor de los ibéricos y la ensaladilla rusa todo un clásico para el ritual de la despedida de otro de la cuadrilla de Cablero.

Conseguimos reirnos, no te jode, pero la cena deja un poso amargo pues sabemos que habrá más. Estos cinco años se desmoronan día tras día. Quedan los blogs, las bromas, los recuerdos. A ratos nos quedamos callados.

Vuelvo a casa, Fort Apache.

Enciendo la televisión. Masao le pregunta al hombre que le ha acompañado durante el viaje

(Masao) ¿Cómo te llamas?

(Hombre) Kikujiro


Me seco los ojos y me voy a la cama.

18 noviembre 2005

Recuento

Salgo del garaje camino del pozo.

Circulo por una acuarela de Turner, las formas son sólo susurros y las luces nada más que promesas. En el puente el aire bambolea el coche y me recuerda lo pequeño que soy.

Promesas de jamones y lomos, amenazas de Carnavales e imitaciones geniales a la hora de comer (gracias, de Purísima y oro). Son las únicas risas del día, resultado escaso para lo cara que está la licencia. Rematamos con clases de matanza, evocaciones de la sesera y recuento de cubaslibres.

La tarde es plomiza, el jersey se vuelve coraza y la pantalla del ordenador se queda en espejo de mi cansancio.

En casa, la propuesta a los hijos los agita y chillan. La percha se muta en arco, guitarra, peine, cuernos y espada láser.

Llaman a la puerta. Es el ángel de la guardia. Se llama Manolo y es fontanero.

17 noviembre 2005

Velocidades

Hay un anuncio fantástico sobre un medicamento que alivia los síntomas del catarro. La protagonista resfriada se mueve como si estuviera debajo del agua, mientras que su entorno está poseído por la prisa y el pánico.

La muchacha consigue curarse con el potingue y se sube al tren del frenesí en el que viajan sus compañeros. Pobre. No se da cuenta de lo que hace, pero la publicidad es poderosa. Está sufragada por los que fabrican por kilos y venden por miligramos. Aportan su granito de arena al saneamiento de las arcas públicas por la vía de la automedicación, de forma que liberamos al médico de cabecera del tedio de la consulta y la receta.

Nos quieren convencer de que sólo deprisa/deprisa llegaremos a realizarnos, cuando no hay acción más vacía que ésta. La búsqueda espasmódica de la meta móvil, inalcanzable, es una zanahoria dulce que mueve el mundo en giro sobre si mismo y que nos conduce, de manera irrevocable, al muro, al pasmo, al vacío, al susto.

Mi padre me hizo notar hace años el ritmo perfecto con el que las personas de edad pedalean en bicicleta. Centauros con ruedas de radios y pinzas en los tobillos que saben de dónde vienen y a qué destino se dirigen. Siempre en armonía con el camino y los álamos que lo jalonan. Sin medicamentos raros ni consejos del farmacéutico.

16 noviembre 2005

Héroes


We can be heroes
just for one day

David Bowie

Podemos ser héroes
sólo por un día
(para Juanfer)

Qué escribir

Después de años amontonando letra tras letra en mensajes electrónicos, informes y SMS descubro el blog. Este blog.

El exhibicionismo se enreda con la necesidad de compartir las emociones, a sabiendas de que lectores benevolentes pasarán una mano suave sobre una espalda ancha y caliente. Freno a golpes, a tortazo limpio, los borbotones que me abren la boca y me aflojan la mano, desahogos digitales y baratos que sacian a ratos las ganas de gritar.

El obrero del blog y yo dialogamos a golpe de entrada. La conversación no es necesariamente entre nosotros. Por cierto, no sé si le gusta lo de obrero, pero la verdad es que trabaja en altura, sin red, y sin sindicato. A golpe de películas y de canciones, de críticas a tajos de hoja de afeitar, de rimas como rinocerontes y de amargos días que nos vencen vamos avanzando hacia la obra definitiva, hacia el estilo, hacia la nada publicada. Es un camino largo, jalonado de truhanes y nadies con nombre, de trajes vacíos y conciencias siempre tranquilas, forradas de colesterol y comidas de babero, todo por la cara y me quitas el IVA.

Todo a la ligera, deprisa/deprisa, como si estuviéramos en el último suspiro. Pero siempre dudando. Un amigo bueno me enseñó, entre otras cosas, que desconfiara de las personas que no dudan. La duda es la vuelta y la revuelta completa, el repaso, la mirada interior, la vista atrás, la conciencia siempre inquieta.

Volviendo a casa, por la pista balizada en luces de sodio, el cristal me guiña los ojos, el interior del coche es azul y rojo y mi pensamiento negro. Mi casa es mi castillo, mis hijos son mi vida y mi vida tiene los ojos como el océano, aunque a veces se pregunta porqué se casó con un marciano. Debí advertirle a tiempo.

15 noviembre 2005

Martes

Prefiero no escribir.

14 noviembre 2005

Semana 46

Me pesa la ropa y me duele la rodilla.
La semana se presenta como un muro de la vergüenza y de la desgana, infranqueable.
No espero nada.
Tengo mucho que escribir y no puedo ni con la risa.
Sujeto la lágrima y aprieto el gesto.

13 noviembre 2005

Temporal

Tenemos temporal.
El país se encoge y en Pajares hay que usar cadenas. Cantinela periódica para un Estado que se ve sobrepasado cada vez que el invierno interpreta su papel. Aquí no hay cambio climático que valga, en noviembre hace frío, llueve y nieva. Y si se atascan las carreteras, quitaremos la nieve con una avalancha de dimisiones de todos los ineptos que en el mundo han sido. Pero claro, quién nos manda salir a las carreteras cuando hace mal tiempo. Debiéramos estar en casa pensando a qué manifestación ir o estudiando el Estatut de los cojones.
Hay sucesos meteorógicos que marcan inexorablemente el paso del tiempo y que son mojones de nuestras vidas.
A saber, los albañiles que se desploman de los andamios cada dos por tres, las amenazas sobre la industria del automóvil, las fluctuaciones del paro en función de las campañas de El Corte Inglés, las siete plagas de Egipto, versión vacas locas o aves cabronas y, por supuesto, las nevadas invernales.
Me siento a esperar el sonido de las caras de los gestores de nuestro dinero público mientras se les caen de verguenza.
No oigo nada.

12 noviembre 2005

Puentes

Vivo en una ciudad con puentes.
Más de media docena. El que muestra la fotografía tomada desde el Leyenda del Pisuerga es el Puente Colgante, único puente colgante del mundo que no cuelga.
Tendidos sobre el río más aprovechado, el más lugarcomunistizado de los que surcan este país, unen los lados de la ciudad mientras intentamos tapar la otra brecha, la del ferrocarril.
Lejano el tiempo en que el puente Mayor trabajaba por todos, estos otros facilitan la huida/expulsión de los habitantes hacia hipotecas más amables, a otros paraísos de barbacoas y pistas de padel, de cenadores de plástico y toboganes sin creosota.
Quiero otros puentes, los que se construyen para acercar los corazones, los que arriman la ternura como maridito que calienta las almas ateridas por la idiotez estulta que sólo nos pide velocidad, plan de acción y responsable.
Quiero respirar aire fresco, limpio, frío, el que se asoma a los alveólos con promesa de primavera.

11 noviembre 2005

Espaldas


Otra vez de espaldas. En la costa portuguesa, cerca de Cascais, mayo. Evocando el cabo Peñas paseamos contra el viento, en medio de una concentración de mansos moteros portugueses.
Las espaldas de mis hijos son cada vez más evidentes, miran a la vida y al futuro desde su propio punto de vista sencillo, rápido y directo.
Se plantan frente al ordenador, que les vomita juegos y juguetes, sin perderle la cara, que a veces puede derrotar por el lado débil, el de la infancia de blanca porcelana.
Me paseo con la escopeta cargada por si se asoma algún insensato Harry Powell.
Sería su último sermón.

10 noviembre 2005

Noticias de Neil Young

Joan Colom

Disfruto de la exposición Joan Colom, Fotografías de Barcelona, 1958-1964, en San Benito.
Joan Colom inventa la nouvelle vague con una cámara en la cintura, escondida, disparando por una Barcelona que lleva boina y que relaja sus partes bajas con unas meretrices rotundas y surcadas de miseria, en el territorio mítico del Barrio Chino/Ravall. El artista dice que hace la calle, que es un notario de la realidad. Las fotografías estremecen como escritura pública de un tiempo del que parece que renegamos, con sus sabañones y botas rotas. Los retratos de niños, con caras de viejo, son hiperrealistas y me hacen pensar en los adultos que han sido o están siendo aún. Trato de imaginar su futuro, en muchos casos ya pretérito imperfecto. El artista coge una cámara de 8mm y rueda unos pocos rollos que se proyectan en la sala de exposiciones. Sigue el paso zigzagueante de un marinero borracho, a unos niños rematadamente pobres que se lavan en una palangana. Joan Colom le da la vuelta al NO-DO y a su vez a un país que espera a Mr. Marshall.
Salgo a la calle, hace frío, tengo que despedir a un electromecánico que se traslada al Pozo Moqueta.

09 noviembre 2005

Gaviotas


Ayer vi gaviotas.
Blancas, con irisaciones grises por el cuerpo y las alas. Cómo engañan, tan blanquitas y tan carroñeras, las muy hijaputas.
Tienen un graznido muy evocador de los ambientes marineros, del verano, de los calamares de potera. Este verano, en Malpica, presenciamos el espectáculo, si se puede llamar así, de un grupo de estos animalejos peleándose por un jurel que les había arrojado un pescador recién amarrado. Ríanse del cuadro de Goya en el que los atrapados en el barro se afostian.
Una de ellas se partió el pico en la brega, lo que le supondrá la muerte a corto plazo. La que se tragó el pez dudo que pudiera paladear como merecía pieza tan fresca.
Decididamente, las gaviotas no son lo mío.

08 noviembre 2005

Ir y volver

Voy a Santander.
Un gilipollas se salta un semáforo en rojo y se lo agradezco con una ráfaga laser de las luces largas de mi coche, más X-wing que nunca.
Salgo de noche, paso Palencia de amanecida, suministro gasoil en Alar del Rey, en Herrera de Pisuerga la niebla me saluda con su cara informe. La bajada de la meseta me lleva al lado de un viaducto en obras como el de la tragedia de Almuñécar. España está en marcha, pero a veces sus hijos se caen por el camino, dejando un reguero de penas, lágrimas de cocodrilo y decretos-ley.
En el pozo Cablero tenemos nuevo capataz, viene desde Santander.

07 noviembre 2005

Familia & Mafia

Sigo con The Sopranos. Complemento perfecto del Spleen de Nueva York, dispongo de un fresco perfecto sobre la vida, y también sobre la muerte, en la ciudad más pretendidamente cosmopolita del universo conocido, si los chinos lo permiten.
The Sopranos amplia el ámbito de Nueva York a New Jersey, por donde campan en chándal los parientes de Tony. Me gusta como señala las ataduras que tienen la pertenencia a un grupo, sea cual sea su ámbito. En el caso objeto de estudio tenemos la intersección de la familia con la Mafia, aunque quizá esto sea redundante. La familia tiene cadenas emocionales que trascienden la sangre, atochadas con años de convicencia, desprovistas de pudor, que crean un ser colectivo más allá de los límites de nuestro propio cuerpo. En la Mafia, según nos cuenta la HBO, esa aparente libertad de la que disfrutan sus miembros y que hace tan atractiva la traslación al mundo audiovisual de sus peripecias, está enredada en las ligaduras establecidas en una organización que dispara parapetada tras un código ético diseñado a medida. Cierto, los mafiosos no madrugan, pero tienen que enterrar/desenterrar cadaveres a la hora del show de Jay Leno. Cuidado con el tío Junior, que sufre de complejo de inferioridad e intentará curárselo dándote por el saco después de despacharse a la útima puta rusa llegada al barrio.
Item más, no te fies ni de tu ... madre.

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06 noviembre 2005

Frío

Estímulo que nos paraliza en la cama y que una vez levantados nos hace contonearnos como gatos.
Enciendo la calefacción buscando un refugio contra el invierno. Soy del Norte, nací en León y cada vez me gusta menos el frío, a pesar de todo lo que disfruté con las formas de mi aliento en la parada del autobús de la plaza de Santo Domingo. El día que estrené corrección para la miopía pude disfrutar de un luminoso día nevado. Aún me estremece la nitidez con la que me saludaron los campos que rodeaban el colegio. Es un recuerdo cincelado con grados bajo cero, con un martillo implacable que me encoge las entrañas en su repicar metálico. En un decorado como de Doctor Zhivago encarábamos la forja en frío de los Jesuitas, enterrados en verdugos de lana y con los dedos tiesos como porcelanas rojas.
Además, la nieve absorbe el sonido de manera excelente, de forma que los paisajes intensamente nevados se convierten en mudos devoradores de ecos. Es extraño, fuera de nuestraos estereotipos que esperan ruidos por todas partes, en los campos nevados sólo tenemos nuestra respiración y el sonido de patatas fritas de nuestras botas mancillando la nieve.
Recuerdo la segunda etapa leonesa, dando tumbos por Riaño, mecido por Loreena McKennitt y su arpa, camino del borde de la meseta, en un desfile por el precipicio de las ilusiones de la veintena que nunca llegaron más que en forma de ojos azules, y que ahora corretean por el pasillo.

05 noviembre 2005

La vida

Decía Manuel Vázquez Montalbán que era como un palo de gallinero, corta pero llena de mierda. Oigo sus palabras, recogidas en Epílogo, cortesía de Vespito. Transmite la serenidad envidiable de la conciencia en verdad tranquila, además de un sentido común que acongoja a la entrevistadora, individua sin mérito que no merece ni entrevistarse a sí misma.
Leo al obrero del blog, que nos cuenta como sube y baja en la noria de su estado de ánimo. Es un luchador preso de su vitalidad, sensibilidad y ganas de llenar el mundo de letras, sílabas, palábras, párrafos, capítulos, libros y obras nunca completas pero siempre escogidas y sentidas. Me alcanza con la palabra mágica, ciclotimia. Al día le sucede la noche y, para los optimistas, a la noche le sucederá siempre el día.
Comenzamos estos blogs para dejar un camino de piedras con el que poder regresar del bosque pero, sin evitarlo, nos dejamos la vida y el alma entera por esos mundos eléctricos de Dios o del diablo.
Queremos llenarnos la vida de libros, hijos, músicas que nos desgarran, comidas embriagadoras, abrazos a los amigos, con mucho amor a nuestras mujeres, tertulias con madres, tías y abuelas, tertulias interminables sobre la nada que no queremos que terminen nunca.
Escribo esta entrada mientras apunto los gastos en la hoja de ingresos/saldos, nunca más absurda que ahora. El balance lo hago con la chica de mirada oceánica, con los niños, infatigables recorriendo tres metros para avanzar uno.
Queremos abarcarlo todo, la tarea es ingente, de epopeya en Technicolor, y empezamos a estar cansados.

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Placeres de la vida (V)

Los sábados por la mañana.
Sin agenda. Los niños juegan como dos oseznos en el pasillo, los veo desde la cocina, mientras empapo una madalena en leche, que luego engullo como sólo se puede hacer un sábado por la mañana.
Hay que guisar un conejo para atacarlo a mediodía con arroz. Entretanto, la chica de mirada oceánica bañará a los niños en la ensenada de color blanco. Bajaremos a la ciudad monumental, capital del automóvil y de la obra, atontada esperando un tren rápido que quizá ya haya pasado para siempre.
Hay que comprar un regalo para el cumpleaños de María. También tengo que investigar por las librerías si hay ejemplares suficientes del Bushido, para regalar a los amigos.
Después, iremos a visitar a la bisabuela.

Tráfico

En el pozo Cablero conseguimos estabecer relaciones que van más allá de lo meramente profesional.
Se han forjado amistades, hay quien dirá que favorecidas por el ambiente de trinchera, de travesía dura, de momentos de dientes largos. No importa el detonante. Puede ser compartir un mismo conjunto de intereses personales, familiares, generacionales o incluso culturales.
Además de cambiar la bola de sitio, encontramos hueco para el tráfico.
Tráfico de opiniones, de películas, de músicas, de descubrimientos, de gadgets electrónicos, de consejos, de rumores, de quesos y de jamones, y también de problemas, de dudas, de convocatorias de fiesta, de talleres para cambiarle las ruedas al coche, de oportunidades para la risa, de proveedores de servicios avanzados, de compras en paraisos fiscales, de estudios antropológicos sobre la estupidesz humana, de aventuras con las aduanas, de fines de semana donde la risa restalla y los lazos se remachan, de festivales del marisco, de paellas al sarmiento.
Este pozo ha sido una verdadera mina.

04 noviembre 2005

Nueva cuadrilla

Ha venido una cuadrilla nueva al Pozo Cablero.
Son muchachotes fuertes, curtidos en la calle y en la vida. Llegaron tarde al boom, como nosotros. Ahora esperan el momento en que se encienda la luz de salto. Cuando suene el miau y tengamos que salir, habrá unos momentos de deslumbramiento, pero será porque luce el sol.
Tranquilos, hay vida después de la muerte.

03 noviembre 2005

Ayer se completó la saga

La primera media hora, con el heredero y el cuñado, que tendrá Navidades en febrero.
En versión doblada, qué desilusión, a pesar del ritmo endiablado de las guerras clon, los diálogos y sus dobladores me crean incomodidad, rozando la verguenza ajena.
El resto, ya solo, en versión original, qué diferencia. Observo mis progresos con el inglés, qué bien los entiendo, admitiendo la escasa profundidad de los diálogos y la dicción british de Ewan McGregor.Me sobrecoge la orden 66, el exterminio de los Jedi, ¿les suena?. El sentido del deber de Obi-Wan, siempre in the line of duty. La transformación física de Skywalker en Vader tiene componentes emocionales que trascienden lo cinemátográfico. Ese montaje paralelo en el que Padmé muere mientras Lord Vader nace, a la vez que sus hijos gemelos. La misión que Yoda les encarga al senador Organa y a Kenobi, para toda la vida, como en el cine clásico.
Los círculos de mi infancia se van cerrando. Toda saga tiene su principio y, en ocasiones, su final.

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02 noviembre 2005

Episodio III


Hoy recibo el DVD correspondiente.
Se cierra la saga que comenzó en el último cuarto del siglo pasado, en unas vacaciones en Madrid, con Consuelo. Aquel destructor imperial surgiendo majestuoso por encima de nuestras cabezas, aquel sonido atronador, la fantasía, el viaje del héroe.
Aunque no pude compartirla con mi padre, cuyo reino no es del mundo de la ciencia ficción, mi hijo la comparte conmigo. Es lo mejor que me ha pasado.
Esta noche, Star Wars Episodio III - La Venganza de los Sith.

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01 noviembre 2005

Todos los Santos


Tom Waits nos regala dos discos de un viaje, en el año dos mil dos, Alice y Blood Money. En el primero, a medias con su señora, Kathleen Brennan, aparece No one knows I’m gone, fulgurante, precioso, de ritmo medio, con acompañamiento de cuerda, y la voz de Tom con toda su vida a la espalda.
Son ciento dos segundos absolutamente exquisitos, tiernos y duros a la vez, totales, plenos de seda y humedad. La melodía nos lleva entretejidos en cuerdas de chelo, violín y viola a visitar el cementerio John donde reposa quien canta muerto con voz de vivo.
Imagino un cementerio en el Norte, donde el agua es generosa y el frío valiente, y las hojas se conjuran para ser manta de nuestro sueño, de nuestro sueño eterno. El frío y el agua nos protegen del mundo de los vivos, ese infierno que queda arriba, y nos hunden año tras año en el cielo subterráneo de nuestro pasado ya pasado.
Mi cementerio está en un valle en Asturias, con vistas al haya y al castaño, mirando al sur, en un mausoleo gris marengo, junto al abuelo, que hace diez años que nos espera a todos.

Hell above and Heaven below
All the trees are gone
The rain made such a lovely sound
To those who are six feet under ground
The leaves will bury every year
And no one knows I’m gone

Live me golden tell me dark
Hide from Graveyard John
The moon is full here every night
And I can bathe here in his light
The leaves will bury every year
And no one knows I’m gone

El infierno arriba y el cielo abajo
Todos los árboles se han ido
La lluvia hace un ruido amable
para aquellos que están dos metros bajo tierra
y que las hojas cubrirán cada año
y nadie sabe que me fui

Vivo en oro y dime oscuro
Escondido en el cementerio John
La luna está llena todas las noches
Y puedo bañarme en su luz aquí
y nadie sabe que me fui

Horario de invierno


Ya nos cambiaron el horario. Este fin de semana pasado se consumó la tragedía. Dictadura que decide cuándo es de día o de noche, que nos dice a qué hora hay que levantarse o acostarse, que nos marca del ritmo de la vida y de la muerte.
Nos ahorraremos tropecientos millones de euripios, pero no sabemos qué precio paga nuestro cuerpo aturdido por esta burocracia gregoriana que nos señala primas y tercias.
Desde pequeño siempre me he preguntado si se puede distinguir qué día de la semana es por el color de la luz. Es imposible, salvo por la satisfacción de alma que nos conforta en el fin de semana. Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábados y domingos, mañana, tarde, hora de entrar, hora de salir, convencionalismos que ponen orden en el caos que es nuestra vida libre y sin costumbres. Han conseguido que salgamos de trabajar por la noche. Enseguida entraremos a trabajar también por la noche.
Ahora que trabajamos de luna a luna (gracias, Fernando), añoramos los tiempos en que se trabajaba de sol a sol.