10 agosto 2010

Perfil asesino (2.001)


Este mundo es una colmena. Esconde un corazón hueco.

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09 agosto 2010

Si me necesitas, llámame (2.000)


El vacío es el principio de todas las cosas.

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08 agosto 2010

Sánchez Bolín en Harlem (y XX)

06 agosto 2010

Sánchez Bolín en Harlem (XIX)


Hay que irse para poder regresar.


Los neoyorkinos miran a sus BlackBerrys e iPhones y nosotros a un Yellow Brick Road hecho con tacazos de queso.


Hay que ser viajero para no ser emigrante. Hay que inventarse una casa para no estar perdido.

Hay que volver.

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Sánchez Bolín en Harlem (XVIII)


Vi prodigios.
Al oso polar que rezonga en el trópico de Central Park. A dos hermosas muchachas rusas servirnos tres cervezas belgas en el parque Dag Hammarskjöld, al lado de las Naciones Unidas. Y podéis creerme, eran realmente tan bellas como discretas. Y vimos al agente Callahan montando brioso a Protector y a las ancianas del distrito Diecisiete atiborrarse de filetones a la brasa despreciando tantos y tantos consejos.



Y corrí desde la Ochenta y Seis con Madison Avenue hasta la calle Ciento Veintiseis y podéis creerme, mi sudor regó la calle y creó un río en el que saltan mis recuerdos, y entre las rocas, haciendo espuma, bajaron estos días y estas noches.

Y cenamos tres chuletones como tres orejas de elefante indio. Porque de todo hay en Nueva York y los treinta cuatro años tienen que celebrarse así, con la carne suprema y un concierto de Rufus Wainwright. Y podéis creerme, en el Fairway de la Ciento Veinticinco tienes que ponerte un anorak para salir ileso de la carnicería.

Y cruzamos Central Park para llegar a su zoo.
Y vimos al leopardo de las nieves que arrastra su pata alfombrada hasta el abismo de su alucinada presencia en los noventa Farenheit. En la FAO Schwarz buscamos a los niños que no están aquí. Y fotografiamos excusas que enseñarles cuando volvamos a Fort Apache. Y podéis creerme, es verdad que no puedo vivir sin ellos.

Y bajamos por la Tercera haciendo zigzags hasta la New York Public Library, levantada cuando los magnates regalaron a la ciudad el edificio que será la envidia de todas las bibliotecas allá donde los magnates regalen bibliotecas. Y podéis creerme, no hay mejor monumento a los libros que un lugar como éste en el que el olor a madera y la luz que se filtra desde una lámpara verde permiten a cualquiera disfrutar de lo que otros escribieron sin pensar en lo que pudiera venir después.

Y dormimos.



Y volvimos a caminar esta ciudad que es una loncha de hormigón plagada de chicles negros. Buscamos el puente de Brooklyn y nos tostamos al sol que se camufla con la brisa para calcinar mis brazos. Y podéis creerme, en Ignazio's puedes comer The Pizza a la sombra del puente que añora Woody Allen cada vez que sale de esta ciudad maravillosa a buscarse los garbanzos.



Y navegamos en un taxi amarillo. Desde Brooklyn hasta la Treinta y Dos. Y vuelta al sendero para atravesar el Village y entender a qué sabe un pastel de cinco dólares y medio. Y podéis creerme, los pagaría de nuevo si sé que me espera la Octava con sus aceras anchas y el espectáculo de los que se aman. Que sesenta calles hasta la estación de Metro de la Setenta y Dos son un regalo.




Y llegamos a Harlem. Y volveremos a Fort Apache.

Y podéis creerme, Fort Duke es mi casa, y así lo será mientras ahí ondee la bandera de mi hermano Julio.

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05 agosto 2010

Sánchez Bolín en Harlem (XVII)


En la encrucijada.
(Grand Central Terminal)

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04 agosto 2010

A Perfect World (1.993)


I need me a time machine with a loud radio to take me where I'm going.

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Sánchez Bolín en Harlem (XVI)


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03 agosto 2010

Sánchez Bolín en Harlem (XV)


Como una flecha lanzada al sol.

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02 agosto 2010

Sánchez Bolín en Harlem (XIV)


En Nueva York hay de todo, menos los hijos, agazapados al otro lado del teléfono, a miles de millas. Sus voces son dulces, sus preguntas son atinadas, mis respuestas son torpes. No puedo hablar con el alambre de espino abrochando mi garganta, quiero estar con ellos sin irme de aquí.



De todo, decía. Hasta cinco claustros medievales franceses. Preparamos un hatillo Spanish style, con su tortilla de patata, esta vez sublime; con los pimientos fritos, evocadores y formidables; con el pollo empanado, de película clásica.
El camello de San Baudelio de Berlanga llegó hasta aquí a buscar al unicornio mítico. Y lo encontró con la ayuda de Rockefeller, como casi siempre.




De vuelta a Fort Duke, muchas cosas. Perros que no mean, teatros, iglesias, parrillas, consultorios odontológicos, hospitales cósmicos, la casa de Duke Ellington, partidos de baloncesto y la placidez de un domingo por la tarde.



Termino estas líneas, a mi izquierda, por la ventana, veo el Empire State luciendo blanco y azul.
Sí, en Nueva York hay de todo.

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Sánchez Bolín en Harlem (XIII)


Give me hope

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Sánchez Bolín en Harlem (XII)


Y por último, abre tu cartera.

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Sánchez Bolín en Harlem (XI)


¿Quién dijo amistoso?

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01 agosto 2010

Éramos unos niños (2.010)


Aunque un día tendría sus cenizas en mi mano.

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Brother Ben


Ben Keith, el hombre que hablaba con las manos.


La pantalla vomita la noticia.
Ponemos enseguida Light a candle.
La maravilla brota de la pedal steel guitar.
En lugar de maldecir la oscuridad/enciende una vela.
Hiératico, serio, circunspecto.
Rostro impenetrable, dedos mágicos, oído infalible.

Le sea la tierra leve.

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Sánchez Bolín en Harlem (X)





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Sánchez Bolín en Harlem (IX)

Laproaig bien administrado es garantía de sueño plácido y despertar sereno. El sábado en Harlem es un brunch con huevos revueltos en su punto, tomates y queso y salchichón.


Hay que digerir Modern Times hasta comprender como el genio sobrevive al azote ácido del tiempo. Y eso en una ciudad que se permite a David Hasselhoff por las paredes.



En Brooklyn hay tiendas de ropa de segunda mano y de regalos de gusto exquisito, restaurantes franceses, festivales de rock al aire libre y aceras y aceras. En el Village hay música a raudales, y promesas de cinco shots por cinco dólares. Y una noche que no empieza ni termina.

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