23 junio 2016

El futuro del rock and roll



Cuando en mil novecientos ochenta y cuatro quedé deslumbrado por Rust never sleeps vía satélite pensé que jamás vería a Neil Young en vivo.
Cuando en dos mil ocho vi a Neil Young en Arganda del Rey pensé que jamás volvería a verlo en vivo.
Y sin embargo, hace unas lunas, lo volví a ver. 
Y tú estabas conmigo.
El concierto pasó como un suspiro y la sacudida permanece. 
El futuro del rock and roll es un viento cálido que viene del pasado, de Toronto, de Omemee, de San Francisco, de los almacenes del Broken Arrow Ranch donde reposa la tormenta y Hank y el Reed, donde quizá Larry Cragg espera por Old Black, donde brota la música entre los campos verdes y los edificios de madera, entre tantos coches y tantas guitarras.
Recuerdo el atardecer transparente y el cielo azul surcado por un avión y las gaviotas y el Pueblo Español escenario involuntario de Cortez the killer cerrando la noche. 
Recuerdo a Neil soplando la armónica y entonces vi a Clarence Clemons.
Tuvo que tocar una vez y ciento Words para regalarnos la mejor versión, con un final en silencio como el fin de todas las cosas.
Y la promesa de lo real, Lukas y Micah Nelson y LoGerfo y Corey y Tato Melgar de compañeros de viaje, este Rockin’ in the free world, la ceremonia volcánica, adolescente y madura, la exaltación de la vida, del rock, de la libertad, de nosotros, de ti y de mí.

J., no nos dará tiempo a llevar a M., pero júrame que iremos con A. e I

Etiquetas: , ,

13 junio 2016

Cincuenta más




En mil novecientos no me acuerdo el año salté desde la escalera de la iglesia de Pola de Lena y aterricé sobre el entoldado de la verbena de las fiestas. Abajo me esperaba María Elena. Lo hizo muchas veces. Esperarme como yo a ella. Algunas colgaba de mi brazo. Otras veces, muchas también, colgaba Mariángeles mientras bajábamos desde Arzobispo Blanco hasta el acantilado de nuestro futuro. Ella y yo sabemos cuántas olas rompieron contra aquellas rocas. Y entre tanto, ¿te acuerdas?, subimos al Mofusu. Un noviembre despiadado entramos de la mano a despedirnos de tío Julio. Fue un honor acompañarte. Te lo agradeceré siempre, como hoy.
Nos hemos acompañado durante estos cincuenta años tuyos y le pido a la vida que nos acompañemos otros tantos. Y mientras, tú te tratas. Te garantizo que Julio, a quien tanto echamos de menos, ni Mariángeles, ni María Isabel ni yo ni los demás lo haremos. Porque sabemos que tú, María Elena, prima del alma, estarás pendiente de todos nosotros como un hada morena y elegante, como una hermana dulce, compasiva, exigente, un ámbar de caramelo como un postre impostergable e irrepetible de esta vida que empezó cerca de un poyete a la sombra de la casa de Josefina. 
Esta vida, María Elena, que merece otros cincuenta años como estos que nos regalaste.
Muchas felicidades.