11 junio 2007

Vega, año III.

Tercer año triunfal.

El arco iris arranca en Fort Apache y llega hasta la casa de color albero, al lado de la playa de Vega. El caldero de oro fue sustituido por una caja de poliuretano llena de percebes, así que obviamos la hoja de reclamaciones y afrontamos un fin de semana lleno de niños, lluvia y sidra. El viaje es un túnel de lavado animado con rayos y centellas, y la expectativa de los días es el abrazo y la mesa compartida.
Los pasamos dentro de una novela de Agatha Christie, con un iPod desaparecido desde el sábado por la tarde hasta la siesta del domingo. El sospechoso principal es un equipo de fútbol con jugadores de edades comprendidas entre los cinco meses y los ocho años. Ni los interrogatorios individuales ni la delación subvencionada hicieron mella en el grupo. Aparecido el difunto detrás de una lavadora, un chocante giro argumental de última hora reaviva el crimen con la desaparición de Historias de Londres, el librito de Enric González.
Creadores somos. De proyectos fin de carrera, de hipotecas y de hijos. Buscamos un lugar amable con una alacena donde esconder los relojes y los teléfonos móviles y poder regodearnos satisfechos en la trayectoria de nuestra amistad en común. Nuestro universo se reduce a la cocina, el banco bajo el porche y las escapadas a por agua del mar para cocer los percebes. Hacemos repaso a los días ya idos, a las enfermedades ajenas, a los sucesos que nos azotan, al futuro, que no es más que once niños que ríen y cenan nueve huevos fritos y lloran y juegan al fútbol hasta que la ropa seca se termina.
El escenario es Vega, en el planeta Asturias, un mundo arrugado sobre la caliza y otras rocas que nos ofrece mil pliegues para la diversión y el disfrute. Hay un circuito en Ribadesella que tiene como bandera de cuadros una cortina de lluvia y un reguero de cañas de cerveza. También el recorrido en la mañana por las pescaderías, los delicatessen en bable y un supermercado. Tenemos conatos de asalto a la playa apagada bajo las nubes y también expuesta, eso sí, en domingo, al sol artero que disimula entre la suave brisa de la mañana. Los cuellos y hombros harán balance en rojo de un descuido llevado por la emoción de la vuelta al mar. Mientras tanto, dos niños lloran por una madre que se fue tras una cometa, Julia los imita pensando en un baño a diecisiete grados y dos hombrones sudan para no llegar a los treinta golpes.
El bonito no es del Norte, ¿es de Burgos, papá? Qué más da de donde sea, lo importante es donde está. Se desparramará a la plancha como un epílogo marino y suave de la fabada nacida de la calma de un hombre inquieto, al calor de una lumbre baja y exhausta. El que quiera queso de Valdeovejas tendrá a su disposición un mosaico de triángulos y el que quiera percebes, ¡ay el que quiera percebes!


La despedida es un abrazo de bienvenida adelantado. No podemos permitirnos más despedidas, sólo una reunión pospuesta a la Nochebuena para establecer otra fecha. Los anfitriones mejoran cada año los recuerdos de las ediciones anteriores y nosotros seguimos el viaje de una flecha lanzada por un arco pigmeo hasta el lugar donde los sueños descansan y los niños disfrutan, allí en Vega, en el paraíso, con Eduardo y Ángela.

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