29 julio 2010

Sánchez Bolín en Harlem (IV)


En el J.G. Melon te atenderá Michelle Pfeiffer cuando sea mayor y las hamburguesas serán de nata montada y nuestras risas decorarán el aire entre cuadros de sandías.
Verás rubias de piel transparente y mirada gélida, hermanos que no lo son y un anciano que sonríe en el estupor de aquella estatua del Whitney.
Por dieciocho dólares descubrirás a Charles Burchfield y la vuelta de la esquina te encontrarás con Early sunday morning donde las bocas de incendio tienen la sombra azul.


Recorremos la cuadrícula infinita, el escenario eterno de la pulsión del comercio, el portal de Belén de la fantasía de plástico, las mil iglesias, los talleres de uñas, las cárcavas de ladrillo, las ventanas que espejean nuestro sueño de viajeros sin billete de vuelta.


Si no tienes dioses te los puedes inventar, rezar, venerar y temer. O comértelos antes de que te devoren.
Y mientras tanto, los niños chapotean en los parques y las carpas regresan al agua una vez tras otra.

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