Sánchez Bolín en Harlem (XIV)
En Nueva York hay de todo, menos los hijos, agazapados al otro lado del teléfono, a miles de millas. Sus voces son dulces, sus preguntas son atinadas, mis respuestas son torpes. No puedo hablar con el alambre de espino abrochando mi garganta, quiero estar con ellos sin irme de aquí.
De todo, decía. Hasta cinco claustros medievales franceses. Preparamos un hatillo Spanish style, con su tortilla de patata, esta vez sublime; con los pimientos fritos, evocadores y formidables; con el pollo empanado, de película clásica.
El camello de San Baudelio de Berlanga llegó hasta aquí a buscar al unicornio mítico. Y lo encontró con la ayuda de Rockefeller, como casi siempre.
De vuelta a Fort Duke, muchas cosas. Perros que no mean, teatros, iglesias, parrillas, consultorios odontológicos, hospitales cósmicos, la casa de Duke Ellington, partidos de baloncesto y la placidez de un domingo por la tarde.
Termino estas líneas, a mi izquierda, por la ventana, veo el Empire State luciendo blanco y azul.
Sí, en Nueva York hay de todo.
Sí, en Nueva York hay de todo.
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