
Buena película de
Pedro Almodóvar sobre el ecosistema femenino.
Almodóvar amplia el círculo familiar hasta las vecinas a la hora de arropar a las mujeres que luchan contra los elementos (maridos, padres) que las obligan a dar lo mejor de ellas mismas para sobrevivir. Aparentemente triunfantes, acaban condenándose a vivir de puertas adentro, replegadas en su mundo de repetidos besos sonoros, velatorios y desamores. No obstante, en esta película, las mujeres no se detienen, siempre en movimiento para buscar un espacio más grande o más limpio en el que respirar.
Exquisita fotografía, con predominio de detalles en rojo, puede que para sugerirnos la pasión que las protagonistas le ponen a la vida. Resistiendo el exceso de
dirección de actrices de que adolece en general el cine almodovariano, el elenco femenino brilla a gran altura, destacando
Carmen Maura,
Yohana Cobo,
Penélope Cruz y
Lola Dueñas, algo más floja
Blanca Portillo. Sobre la
Cruz digamos que luce bellísima aunque en algún plano se notan las prótesis en las nalgas. Las panorámicas de su escote (que incluso llama la atención a su propia madre cinematográfica), por innecesarias, no favorecen la presentación de la actriz como sucesora de
Anna Magnani, ni tampoco ese extraño
playback de
Estrella Morente que se pega en la fiesta de fin de rodaje. Cualquier parecido con el CCCP de
Veloso en
Hable con ella es eso, pura coincidencia. Respetuoso con las tradiciones y supersticiones de su tierra manchega, muy natural en el trato de la muerte,
Almodóvar mete con calzador referencias a la inmigración, los abusos a menores y la telebasura. Respecto a esta última cosa, seguro que hay formas más inteligentes y verosímiles de denunciarla.
Para el recuerdo, la secuencia de
Blanca Portillo y
Carmen Maura, en la casa de la primera, ya mausoleo para las dos mujeres, un homenaje a la entereza y determinación de las mujeres, siempre
in the line of duty.