¡Qué extraña era la vida! Años y años sin el menor incidente, sin nada que rompiera la monotonía de los días y, de golpe, ocurren aocntecimientos incomprensibles, dramas, cosas que ni se leen en los periódicos.
Hoy cayó el cielo sobre la ciudad gris y desplomó la tristeza sobre mi espalda. A las diez y media terminé el día y calculé el tiempo que ahora derrocho y pierdo sin ti. Encharqué con pena la leve oscuridad y subí a Fort Apache, apagado y solitario como la boca de un lobo. Recuerdo las suaves tenazas de tu cariño y pasan los meses y sigo en la ciento veintiséis. Canturreo Hell above and heaven below y soy un espectro azul oscuro que dibuja lápidas para libros. No puedo olvidarte y me pregunto porqué. Yo lo sé.
Día gris para una ciudad gris. Espero en el coche. Gris también. La lluvia golpea la carrocería y atenúa mi espera. Me siento como en Well I wonder. Leo a Ellroy, una vez más. Una menos. Página cuatrocientos ochenta y tantos. Las Vegas, la R.D., Washington, Chicago, Haití. No mercy, no hope. Nils canta a Neil con emoción y respeto y a mí no me queda ni una ni otro. Leo una carta en español con sabor italiano. Me reconforta. Me emociona. Contesto poco y mal. Pasará un día y otro y mil. Pintados de gris.
I see Bud because I want to. I see Bud because he can't hide the good inside of him. I see Bud because he treats me like Lynn Bracken and not some Veronica Lake look-alike who fucks for money.
Vivo entre fotos y libros. Voy y vengo y no soy un viajero, ni siquiera un turista. Fui papeles con sellos azules y bordes que amarillean. Atesoro doce mil cuatrocientas sesenta y ocho canciones y The Weary Kind. Busco el noray en la pradera infinita y rozo la hierba con la palma de mi mano. Aquel reguero que arrojaba diamantes y todos juntos. No me quedan libros que quemar. Hay una puerta abierta que da a la habitación que no quiero pisar. Y al final del día, sentado a la mesa legendaria, estoy solo. Soy un fantasma.
Sánchez Bolín
Los niños voladores
Sánchez Bolín
Campo
Por San Blas no vi cigüeñas y sí pan hecho a mano y trufas como puños. Rodé kilómetros para llegar a un palacio donde se refugia un hombro lastimado, refulge la honradez y estalla la sonrisa de una flor. Bollos preñaos, pizza artesana, lechazo al horno, mousse de limón y las trufazas. Y Vega Sicilia para pasar el trago, que un poco de veneno lo admite el cuerpo. Café del bueno y mejores licores. Y una sobremesa de las de antes. Bajo el infrarrojo de la lumbre se nos escapó la tarde, visité el palacio que supura la ilusión de una vida, me asombré ante una pared de libros y olí la risa que cuelga de una viga maestra. Rosa, Roberto, Ana: gracias.
Mañana iré a donde quede alguna flor a bebernos hasta la última nota. Escucho Crazy heart mientras la nada se despeña. El desasosiego brama en la radio y me veo ciudadano del país de la melancolía. Sueño con una pradera infinita y el viento que nos susurra cuando navegamos la llanura feraz. Vivo en unas fotos en blanco y negro que alumbran el calor de lana de los días que no volverán. No hay otro más allá que la memoria, esa hoguera que calcina el pasado. Conduje con la ventanilla bajada y la lluvia disimuló el chasquido salado de mis recuerdos. Diseñamos un abrazo en el valle perpendicular para hacer recuento de lo que perdimos. And this ain’t no place for the weary kind.
La teoría es una diversión afeminada. Su propósito es aumentar el amor propio de los propios teóricos. La única doctrina que vale la pena es la demencia calculada al milímetro.