Sánchez Bolín buscando a Houdini (y XI)
Hablamos mucho, entre las lianas de la inteligencia y el cariño, vimos a Dylan Thomas (Al demonio las estrellas, se dijo, y echó a andar hacia la oscuridad) mirando desde un cuadro.
Recorrimos la ciudad que fue promesa, que fue condena, que fue el insomnio, que tenía un tren que te llevaba al jazz, que se ilusionó cuando llegaban los barcos, que respiró libertad cuando no tenía ni nombre.
En los bares irlandeses descubrimos que las barras de madera de nogal admiten nuestra carne hispana, y que la cerveza reconforta y calienta retando los ochobajocero. Respiramos el aire que dejaron los poetas y los policías y los carniceros y los que soñaron, si quiera un minuto, con el dulce sabor de la paz y del reconocimiento.
En 6th Av. con la 46 está el cubo que señala la sede del Wall Street Journal. Si el cine en 3D no te jodió los ojos verás, unos metros más allá, el marcador que indica la deuda pública nacional de este paraíso. Yo pensaba que catorce billones era un número que sólo salía en la calculadora cuanto pulsabas de más el cero. No, es lo que el Estado debe a sus acreedores. 14.052.524.354.080 dólares, o bucks, como prefieran. A las catorce y cinco, hora de allí, del veinticinco de enero de este puto año. Queda para la estadística y para adornar este diario con unos numeritos.
Y llegando me di cuenta de que mi corazón se dejó un trozo en una isla llamada Manhattan, al norte de Central Park North, donde la piel es negra y la sangre que bombean los corazones es tan roja como la mía.
y a F., que me hizo volar