01 octubre 2005

Desde Peral


La vista desde Peral. Ya crecieron los fresnos, uno por cada nena. Total, seis. Una proeza. Hay que esperar, él siempre lo dice. Al final, los árboles dan la sombra. Nos sentamos en el banco de mi bisabuelo, su padre.

La vista desde Peral me sobrecoge. El cielo, las nubes. La línea del cielo. Los árboles. Ese montón de árboles. El bosque, refugio de alimañas. El caballito del diablo. Helechos. Humedad. Sombra. El sol se hace paso como puede. La vegetación se reserva el suelo para sí.

La cuadra, refugio de piedra. Rústico adosado a la cuadra de verdad, la casa de las vacas. Vacas reales, de color canela, que descansan mientras vigilan el camino al prado. Enormes leones vacunos de mirada templada y masticar sereno. Son nuestros colosos.

Los niños bajan a renacuajos, tritones y todo lo que se ponga por delante. Los castigamos a vivir en la ciudad, flanqueada de páramos, y ahora dan su paseo por el patio verde y feraz de Peral.

Se lo debemos.