Volví a Vega. Tras el lapsus del año pasado. Con Isidrín bigotudo y recio en el maletero, un viernes de junio que no es cualquier viernes.
Huyendo de la realidad numerada y numerable, de los precipicios sin señalizar, de las certezas que se perfilan en la bruma de los días.
El coche gris, mi modesto Halcón Milenario, devora kilómetros, esquiva guardiasciviles y nos posa en el atardecer eterno de la costa del paraíso.
Vamos llegando. Nos abrazamos, reímos, actualizamos.
Todos.
E., A., E., S., P., C., A., I., E., Mª A., M., D., M., S., D., J., I., P., J., H., R., A., M., J., P., A., S., C., B., R., D. y N.
Y empezamos.
EasyDrink, a.k.a. Isidrín, bombea sidra sin descanso.
Los gintonics y los relojes fuera de hora.
Los bizcochos.
Desayuno termalgines.
Llenamos dos carros en Alimerka
diciendo que no los vaciaremos
y sabiendo que lo haremos.
Excursión al MuJa para la infancia y la juventud.
Arroz con centollos, pollo y pasta, Huesitos, sidra.
Correr y correr.
Barbacoa, la olla de gintonics.
La cucurbitáceofilia.
La risa, como si no hubiera mañana.
La playa, la fabada, la siesta, la despedida, la promesa.
La vuelta, la realidad, el desdén.
El año que viene, sí, el año que viene.
dedicado a esa forma de hospitalidad
a los que nunca agradeceremos lo bastante nada, o todo
Etiquetas: verano, viaje