28 julio 2006

Sánchez Bolín en NY (II)

El Metro de Nueva York te pone en situación para lo que te espera en el infierno. Conseguimos sobrevivir al ensayo y cenamos en el bar Pitti, un restaurante italiano, en el Greenwich Village. Según la guia Lonely Planet, un sitio para ver y ser visto, muy apropiado para personal del estilo que sale en Sex in the city, ¿habrán disfrutado viendo a Sánchez Bolín chorreando sudor como sólo él sabe hacerlo? Ejem, sigamos. La agitación cultural, o las simples ganas de divertirse, se palpa en cada calle, en cada esquina, en cada adoquín. Después, una dosis de blues en el Terra Club. Interpretaciones profesionales de un grupo amateur de nombre irrecordable acaban por vencernos.
El día dos comienza en un supermercado con los estantes a reventar, en variedad y cantidad. El aire acondicionado es el anzuelo que retiene al consumidor requemado de un clima húmedo y ardiente. Después hablamos con los niños, que nos ponen al día del proceso digestivo de Oliver, la tortuga centenaria de la finca. Averiguamos que el Guggenheim cierra hoy y nos despachamos en el Metropolitan Museum of Art, un estaribel irresistible por lo variado de la oferta, una especie de supermercado del arte de todos los tiempos. Mayas, incas, apaches, Modigliani, Van Gogh, Picasso, Pollock, katanas, un templo egipcio completo, el Colt del Zar de todas las Rusias, el retablo de San Antonio de Padua que pintó Rafael y la puerta del coro de la Catedral de Valladolid. Ahí es nada. Hasta una cruz de plata de San Salvador de la Fuente, Asturias, North Spain.
Después, un hotdog en Central Park y un paseo por la Fifth Avenue hasta la Catedral de Sant Patrick, con su foto de Benedicto XVI y todo. Después, Rockfeller Center, Times Square, Broadway y enseguida Fort Apache. Los pies piden permiso para terminar de derrretirse y se lo concedemos. Queda la noche.

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