Sánchez Bolín en NY (I)
Todos los viajes empiezan en la Estación del Norte. Este que llevará a Sánchez Bolín y señora hasta la Tierra Prometida también comienza así. En la Estación nos llaman clientes, cuando queremos ser viajeros por el mundo y por la Historia. Fort Apache se desvanece en la alameda, ponemos quince horas de distancia con los hijos y el retortijón puede con el trantrán evocador del tren. La chica de mirada ocenánica me dice con la camiseta No Problem, My Love. Con esa encomienda viajamos. Recorremos un país sin industria, que alterna un enmoquetado de ladrillo y gres barato con barbechos y girasoles. Los gamos viven engañados a la entrada de Madrid y los nuevos faraones construyen bajo tierra las pirámides que no los perpetuarán.
En Doña Berenguela-35 el cielo se desplomó y el calor marmóreo nos castiga sin dormir. De aeropuerto en aeropuerto, por el mundo, homenajeando reyes republicanos (JFK&CDG), vamos dando tumbos, encontrando nuestros primeros judíos con tirabuzones en las patillas, los gordos inmensos y las rubicundas muchachas de ojos de rimmel. Una chica practica el italiano con una traducción de Ken Follett, mientas Vasco Pratolini descansa en el recuerdo de Sánchez Bolín.
El gigantón americano deja un reguero de icebergs en el Atlántico para que encontremos el camino al Upper West Side, y el mar de nubes sirve para amagar la presentación de un país apabullante, bañado en un atardecer perfecto, plagado de campos de golf, de beisbol, de aeródromos.
Un taxista de película de James Bond nos deja en la 74th Street, sucursal desde hoy, y hasta nuevo aviso, de Fort Apache.
En Doña Berenguela-35 el cielo se desplomó y el calor marmóreo nos castiga sin dormir. De aeropuerto en aeropuerto, por el mundo, homenajeando reyes republicanos (JFK&CDG), vamos dando tumbos, encontrando nuestros primeros judíos con tirabuzones en las patillas, los gordos inmensos y las rubicundas muchachas de ojos de rimmel. Una chica practica el italiano con una traducción de Ken Follett, mientas Vasco Pratolini descansa en el recuerdo de Sánchez Bolín.
El gigantón americano deja un reguero de icebergs en el Atlántico para que encontremos el camino al Upper West Side, y el mar de nubes sirve para amagar la presentación de un país apabullante, bañado en un atardecer perfecto, plagado de campos de golf, de beisbol, de aeródromos.
Un taxista de película de James Bond nos deja en la 74th Street, sucursal desde hoy, y hasta nuevo aviso, de Fort Apache.
<< Home