21 enero 2006

Un grito

El sábado se presenta temprano, con un sol que envía emisarios que quedan atrapados en las nubes como dovelas de un túnel del que aún no se atisba salida. Desayuno con Alberto. Acentos del norte de Palencia, mirada noble y anhelos de abarcarlo todo.
Un boceto de sepia encebollada y arroz basmati. La radio pone cortinas a la comida de los cuatro, y el hule de los sucesos envuelve el mediodía con un vapor de ciénaga profunda y añeja.
El heredero grita. ¿Por qué hablan tanto de muertos?. Sujeto un telón de lágrimas que quiere cerrar la función de mis ojos y escapo.
Me arrodillo en el confesionario del blog. Me han dicho ayer que en gilipollas se dice bilog. Arranco iTunes para pintarme la cara con Del Amitri y Nothing ever happens. Peleo con el Word que me transforma iTunes en atunes, en un viaje irreal desde Sylicon Valley hasta las almadrabas del Atlántico exangüe.

Nothing ever happens, nothing happens at all
The needle returns to the start of the song
And we all sing along like before

No pasa nada, nunca pasa nada
La aguja regresa al comienzo de la canción
Y cantamos como antes

Una vez, en Madrid, la fiebre que envolvía mis anginas infantiles me trajo alucinaciones. En la habitación de dos camas de Fósforo-8, un ejército de hormigas se dirige hacia mí, comienza a rodar y se convierte en un barullo de elefantes que me pasa por encima. La abuela María Flor, que me enseñó a leer, acude rauda a espantar los espectros. El capitán Blanco, que murió coronel, me conforta desde el dintel de la puerta con una mirada en cinemascope.
La vida es un rodillo atado a una noria que se mueve a golpe de muertos. Hay que sacar a los niños del paso de la muela. Todo lo demás no importa.

Nothing ever happens, nothing happens at all
The needle returns to the start of the song
And we all sing along like before