15 enero 2006

Sólo dos (cuarto)

- Se define como chuletón aquella porción de carne que cuando te la traen a la mesa te da vergüenza haberla pedido.
- ¿Y?.
- Es muy difícil mantener a temperatura conveniente esa cantidad de carne.
- Bueno, pero tienes un plato caliente para acabar de hacerla.
- No vengo al restaurante a quitarle trabajo al cocinero. Prefiero un solomillo que me puedo comer antes de que se enfríe. Recuerda que el punto de la carne es un compromiso entre un exterior dorado, casi crujiente, y un interior crudo, pero no frío. La carne debe prepararse para su destino fuera del frigorífico, y así reducir el choque térmico cuando pase a la plancha o se exponga a las brasas.
- Ya me lo has explicado muchas veces, y a pesar de todo me encanta volver a oirte, la convicción que transmites.
- Disfrutemos del solomillo.
La noche extiende su manto negro sobre una ciudad que se prepara para un fin de semana de francachelas, disfraces y paseos con los niños. Los dos amigos se despiden a la puerta del restaurante mientras convienen en dejar las copas para otro día. Mateo ha estado demasiado taciturno hasta el punto de reducir la tertulia a un intercambio de gruñidos por cada propuesta conversatoria de Ladislao.
Mateo deambula hasta casa dándole vueltas al asunto. Los otros peatones pasan deprisa, algunos enmascarados, estimulando los sentidos del viejo cazador, cortándole los análisis que debieran llevarle al porqué. Para Mateo no hay duda de que hay algo más, y no una mera discusión de tráfico postergada hasta el encuentro de la tarde.
Compartir edificio con el Ministro de Cooperación y Ayuda al Desarrollo le asegura un retorno tranquilo al hogar. Los escoltas que cuidan de la familia de Roberto España y de él mismo durante los fines de semana espantan cualquier riesgo de encuentros desagradables en el portal o en la escalera. Viejo amigo de la época de Nueva York, Roberto se cobra con un ministerio la ayuda prestada al presidente González para conseguir su segunda etapa en la Moncloa. Mateo puso el disolvente que fulminó el prestigio del candidato Rato, cocinando la receta infalible con fantasmas familiares y un poco de traición dentro de su propio partido. No se puede el grupo sólo e irse de viaje de novios a lado del Potomac y confiar en que tus correligionarios te preparen una vuelta triunfal.
Al llegar al portal uno de los escoltas ministeriales le hace un gesto para que se acerque. Mateo obedece con resignación. Está acostumbrado a que la rotación de los guardaespaldas le suponga identificarse con más frecuencia de la que le gustaría. Pero esta vez el muchacho es uno de los habituales. Algo pasa.
- Buenas noches, Don Mateo.
- Buenas noches.
- Tenemos un recado para Vd. de parte de Don Roberto.
- Dígame.
- Me dijo que le entregáramos esta nota.
Este cuerpo de guardia se expresa en plural mayestático, como un solo organismo, una máquina de repartir leña y de observar con casi mil ojos la realidad que pueda acechar a un ministro. El recadero desprende buena educación y horas de gimnasio y entrenamientos con arma blanca. Mateo los conoce bien, de cuando los años del éxito, y sabe bien que no se les puede dar medio metro de ventaja. Solamente cuando estás loncheado y empaquetado te piden la filiación.
Mateo recoge la nota, coge el ascensor hasta la cuarta planta. Allí dos tramos de escalera lo dejan frente a la puerta de la buhardilla. Entra, deja el abrigo en el viejo perchero de castaño, coloca los zapatos en el armario bajo la cubierta y se sienta en el viejo sofa con brazos que son estanterías para libros. La forma perfecta del respaldo le presiona los riñones y lo relaja hasta casi olvidar la nota del ministro. Abre un sobre amarillo sin distintivos, con un papel también amarillo doblado toscamente. La letra de Roberto es inconfundible.
Mañana baja a desayunar, sobre las nueve y media. R.
Hace mucho que no comparte con Roberto España otra cosa que saludos cumplidamente falsos en el portal, por lo que esta invitación vía culturista le eriza los instintos de viejo cazador acorralado. Le huele a aviso de algún tipo. Aún no está suficientemente cansado como para garantizarse un descanso sin dar demasiadas vueltas por la cama, así que escoge una película para despedir el día, The man who could be king. Una fantasía sobre sueños perdidos, acerca de los los hombres que pulverizan el presente y arrojan un futuro errante por los valles del dolor.