Viajes con mi tío
Estos días hemos recordado un mítico viaje que hicimos Julio y yo en septiembre de mil novecientos ochenta y cinco. El periplo incluía Madrid, Burgos y de nuevo a casa. Los hitos eran LIBER, en el recinto ferial de Madrid, y una conferencia impartida por él en Burgos.
Quedamos temprano, en el garaje, ya que en aquella época vivíamos en el mismo edificio. El día anterior yo había empezado El nombre de la rosa, éxito editorial de Umberto Eco publicado en Italia en 1980, y que me enganchó desde la primera hoja. No paré hasta que lo terminé. A continuación, una ducha y al garaje, sin dormir.
El Citröen BX blanco nos esperaba resplandenciente, repleto de cintas de El Pali, totem señero de la sevillana de Sevilla. En aquel momento ocupaba en los gustos musicales de Julio el lugar que años más tarde sería para la copla. Dedicación plena y exclusiva.
A cuatro minutos por sevillana, un viaje de seiscientos kilómetros, a una velocidad media de ochenta, hace un total de ciento doce sevillanas. Quitamos los tiempos de los noticiarios, podemos dejar la cifra en cien. Una proeza.
En la Feria del Libro ya no recuerdo si Ámbito tenía su tenderete, pero en cualquier caso conocí a tipos extraños que me saludaban con gran deferencia al saberme sobrino. Se acerca el mediodía y partimos para Burgos.
Paramos a comer en un asador a la salida de Madrid. Conocedor del escaso entusiasmo de Julio por la carne le sugerí que quizá era mejor otro sitio. Ni hablar, me dijo muy serio que a él le encantaban los chuletones.
- ¿Qué van a tomar los señores?.
- Dos chuletones.
Un rato después me tocó rematar la faena, como era de prever. Eso sí, para el postre no necesitó ayuda.
Seguimos camino. Cuando la noche en vela y las dos porciones de carne me tenían con un pie en el mundo de los muertos, paramos en un área de servicio a tomar una cocacola. Todo muy deprisa. Aún así, mientras me espabilaba en el baño, el conferenciante pergeñó el esquema de la charla en media cuartilla, con una catarata de letra menuda que a duras penas se sujetaba en el papel. Unas chocolatinas rellenas de naranja para animar al viaje, no nos vayamos a quedar sin azúcar en la sangre, que eso es muy malo para el cerebro.
Llegamos a Burgos y a toda velocidad nos dirigimos al salón de actos reservado para la conferencia. Sinceramente, no recuerdo el tema. Como siempre, un majadero preguntó por algo del archivo de su pueblo y poco más. Sin embargo, el hecho más destacable del evento se produjo a mitad de charla. De repente, la tela que adornaba y tapaba la mesa del conferenciante y sus presentadores comenzó a moverse. Tras unos movimientos que denotaban lucha, la tela se levantó para dejar paso a unos zapatos que querían salir a la luz, y que se quedaron a la vista el resto de la conferencia. Lo mejor de todo es que el público asistente no se inmutó ante tal fenómeno.
Tras la charla, a cenar acompañados por Jesús Crespo, Federico Sanz y Octavio Granado. Este último nos deleitó con su enciclopédico conocimiento de los avatares del gran visir Iznogud. Espero que ahora que es Secretario de Estado le sirva para algo. Es posible que me cenara otro chuletón, nunca sabes cuándo será la próxima vez que volverás a ingerir alimento.
De madrugada llegamos a Valladolid, en aquella época comunicada con Burgos por una carretera más que peligrosa. Gracias a El Pali fui alerta todo el viaje. Fue la última vez que lo escuché. Si alguna vez me llevan a Guantánamo ya saben qué música hace falta para averiguar quién asesinó a Kennedy.
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