20 enero 2006

Sólo dos (quinto)

El escolta es nuevo, y por tanto lo escudriña buscando algún reparo que ponerle. A pesar de haber memorizado su cara plasmada en el informe con que los preparan para cada nuevo proceso de escolta, el fulano escruta al somnoliento héroe en zapatillas persiguiendo alguna objeción. No la hay. Mateo pulsa el timbre y una delicada voz infantil le pregunta quién es. Antes de que Mateo pueda responder la puerta se abre y su amigo, vestido de peludo, lo saluda efusivamente, quizá demasiado efusivamente para ser las nueve y media de la mañana de un sábado de carnaval.
- Pasa, Mateo, por Dios, que se enfrían las tostadas.
- Gracias, buenos días.
- Desde hace años los españoles y demás habitantes de la península ibérica no portuguesa confían en la eterna juventud gracias al aceite virgen extra que riega sus tostadas mañaneras.
- Qué corrección en tu discurso. ¿Y cómo se llaman esos habitantes no españoles?.
- Sería largo enumerarlos a todos, catalanes, vascos, gallegos, canarios, andaluces del este, andaluces del oeste. Mmm, qué diversidad y qué riqueza nutre este territorio.
- Ya, pero agruparlos bajo el epígrafe de no españoles es definirlos por negación, por oposición, quizá por la reflexión en un espejo que es el que les da existencia y, probablemente, la razón de ser.
- Bueno, la razón de ser es lo de menos, cuenta por encima de todo la razón de estar.
- Cada vez que hablamos te descubro más pragmático.
- Eso es porque hablamos poco. Vamos a desayunar, anda.
La cocina es un muestrario de todos los metales nobles, de todas las maderas nobles y de todas las piedras nobles para encimera. Sólo faltan los gases nobles y la nobleza que quita la política cuando convierte la verdadera amistad en un mercantil intercambio de favores. El ventanal de madera lacada se asoma a la fachada incompleta de la catedral que el arquitecto dejó sin acabar para seguir a su rey. Ya nadie sigue a su rey en estos tiempos, salvo que el porcentaje de beneficio industrial se aplique sobre una base suficientemente contundente. Roberto España transformó su amistad con Mateo en tal relación, porque a su vez ya había hecho lo propio con González cuando renunció a aquellos leves ideales socialdemócratas por la erótica, la pornográfica y la pederástica del poder. La propiedad transitiva aplicada a las relaciones personales lo aupó con pedestal de escándalo al Ministerio vía el sofá blanco de las confidencias y de los encargos presuntamente encargados y ciertamente bien ejecutados. González presidente, España ministro y Escandón aturdido, con la mochila olvidada en la calle de la desilusión y la derrota, llena de entrega a un proyecto marchito, traicionado por el amigo mercader, Roberto España, patrón de organizaciones no gubernamentales enroscadas en las ramas jugosas del árbol de los presupuestos generales de los estados, perdón, naciones, nacionalidades y regiones que extrapolan sus gastos para que los administren, y exterminen, los avispados jóvenes airados que descubrieron América en Madrid, dejando El Dorado como un erial y los despachos como un paisaje después del saqueo que sigue a una batalla.
- Qué me cuentas, Roberto.
- Es verdad, se me estaba olvidando. El servicio de contravigilancia que nos ha montado Pozurama, ya sabes, ha detectado movimientos alrededor de este portal.
- Ya se, Pozurama, el ministro del Interior más joven de la democracia. Y probablemente el más tonto.Vamos, no me incomodes criticando a un compañero en mi propia casa, anda.
- Joder, ¿ahora los ministros sois compañeros?.
- ¿Me escuchas o no?.
- ¿Y bien?.
- Parece que el objetivo de ese seguimiento que han detectado los Pozurama’s boys no soy yo ni mi familia.
- Soy yo.
- Correcto.
- ¿Alguna pista?.
- No te lo tomes a mal, pero una vez que se han asegurado de que el objetivo no es el Ministro, se van a limitar a mantener la contravigilancia. Pero quería que lo supieras.
- Gracias. ¿Puedo coger otra tostada salvadora de la salud?.
- Cómo no.
Mateo enfila la calle tras despedirse de su amigo. Le palpitan las sienes y los nudillos emblanquecen por la presión brutal que ejerce al cerrar sus puños. Una hora de paseo por la ciudad que se recrea ensimismada en su suerte lo relaja. El recorrido incluye una inmersión en el Mercado Mayor, que escondido a las espaldas del Ayuntamiento ofrece un festival de charcuterías, pescaderías y carnicerías que se va marchitando año tras año, dejando paso a tiendas de electrónica, cybercafés y locutorios para inmigrantes, que irrumpen a empellones dejando a los ciudadanos atónitos por el vigor de las nuevas tecnologías y los nuevos habitantes venidos desde países donde la vida es un lotería para la que no se venden papeletas.
Embriagado por el perfume marino de las especialidades de puestos como La Madrileña, Mateo Escandón no advierte la vibración de su teléfono móvil hasta la tercera llamada.
- A ver.
- Echeverría.
- Dime.
- Encontramos a tus amigos del alerón de fuego.
- Cuenta.
- Dentro del coche, muertos. Te veo en el Carlos, ya.