11 enero 2006

Sólo dos (tercero)

Con la meta en el Museo, Mateo baja por las calles recién pavimentadas que llevan al río. Un cauce musculoso, marrón del barro de las grandes lluvias, que se navega los domingos con la familia y también en las despedidas de soltero.
El convento de Santa Isabel, ahora hotel fuera de rango por atención y por precio, marca la frontera entre los barrios duros de la ciudad y las manzanas de oro trufadas de gusanosde las tiendas más chic. Más abajo se atisba el Archivo Municipal, apoteósico de grises, arcos y arcadas. en la esquina opuesta, el Museo. Construido sobre las dependencias de un convento benedictino, otro más, sufre el peso de un cubo de hormigón rematando una de sus alas. Este cabezón paralelepidédico es el grano de una epidemia que asoló las rehabilitaciones monumentales de las postrimerías del siglo veinte. En lo que va de siglo veintiuno, y dado que las ingenierías ya dominan los volúmenes multiformes e irregulares, el prisma muta en merengue de titanio a remedo del museo de Bilbao. A la meseta ya no llegará la nueva pandemia pues ya se agotó el crédito europeo, y cuando no se tira con pólvora teutona se guardan los dineros para otros menesteres menos vistosos.
Mateo sabe lo que no alberga el Museo, aunque el restaurante que se cobija en la esquina del edificio le provoca salivaciones extemporáneas. La familia Cuevas, amigos de Mateo Escandón desde los años del éxito, llevan con elegancia este rincón de copiosas raciones y florituras contenidas, centrados en carnes de los alrededores y pescados de las piscifactorías, dada la condena que cumplen los pescadores españoles, castigados por esquilmar los sietes mares y los cinco océanos.
Un pálpito en el corazón. No. Una llamada de Echeverría.
- A ver.
- Echeverría. Si me diera por preguntar en Urgencias, ¿qué lesiones identificarían a tus amigos de la lycra?
- Problemas con los dientes a uno. Le dolerán también las costillas. Al otro, la nariz en zigzag y un tobillo que ya no es tal.
- Qué bruto eres.
- ¿Algo más?.
- ¿Me tienes tú que contar algo más?
- No. Adiós.
- Hasta luego, charlatán.
Le cuesta ser más expresivo. Sus halagos se reparten de forma periférica, se podría decir, de tal manera que las personas más próximas reciben menos arrumacos. Un extraño pudor le impide demostrar más afecto, al menos verbalmente. Mateo prefiere entregarlo de otra forma, más física, más palpable. Real.
Las luces del bar del Museo alcanzan tenuemente el patio que precede su entrada. Una alfombra cálida que le arranca el apetito y que le lleva directo hasta Ladislao y su copón de vino, acodado en la barra, recortado como un Alan Ladd, recio y cuadrado como una escribanía de nogal.
- A mis pechos, Mateo.
- Abrazos, Ladislao.
Los sonoros palmetazos en las espaldas escenifican un reencuentro épico, siempre que se ven, como descubridores de maravillas que vuelven a casa tras años de periplos por todos los continentes.
- ¿Tomas un vino?.
- Mejor vamos directamente a cenar.
- Vienes con hambre, pájaro.
- Sí.
Se acomodan en la mesa que da al enorme ventanal abierto a la calle. Es viernes de Carnaval y se ven algunos disfraces protegiendo a sus dueños del frío. Este año se impone el extinto oso polar y el hombre de Atapuerca con uniforme de invierno. Felpa barata y falsa lana para proteger al lobo mesetario de los rigores del cambio climático, más esdrújulo en estos últimos inviernos.
- ¿Qué te pasa?. Te noto tenso.
- Han intentado apalearme esta tarde. Dos imbéciles, por encargo.
- ¿Estás bien?
- Sí, sólo esta quemadura en la mano, dando cera.
- ¿Lo has denunciado?.
- No, pero hablé con Echeverría. Está claro que el pagano no quería hacerme daño, sólo avisarme. Pero no se de qué.
- ¿Estás trabajando en algo?.
- Nada relevante, un cornudo, un padre con un hijo tonto estudioso de la química y un falso cojo que estafa a todos los españoles. A los castellanos, quiero decir, con esto del nuevo Estatuto me cuesta centrar el problema.
- No te quejes, ahora ya tenemos Agencia Tributaria como los demás.
- Ya, pero la nuestra tiene el cajón vacío.
- Que nos despistamos. ¿Por qué no te vienes a dormir a casa?.
- No. No salgo del castillo hasta que me den el certificado.
- ¿Qué certificado?
- El de defunción.
- Calla, joder. José Luis, ¿nos tomas nota?.
- Buenas noches, ¿qué os apetece?.
- Chuletón. Y una ensalada para disimular. Mateo, ¿te parece bien?.
- En lo de la carne, sí, pero en otro formato, prefiero un solomillo, ¿te importa?.
- No, dos solomillos, luego me explicas lo del chuletón.
- ¿Y para beber?.
- Vino como para una boda. La Vicalanda, que no está el horno para bollos.
- Perfecto. Buenas noches.