15 octubre 2005

Placeres de la vida (I)

Iniciamos una serie de entradas dedicadas a los placeres de la vida, grandes o pequeños, que jalonan cada día animándonos a continuar hasta el siguiente.

Los percebes, esas uñas hincadas en la roca, golpeados y agitados por bravos mares. Son una bocanada oceánica en sabor y magnitud que nos lleva al verano, al Norte, a la satisfacción de peatones de la Historia alojados en el primer mundo. Las barrigas mutan en cementerios de marisco y los vestidos en disfraces de obispos negros con tiaras con forma de uña de percebe.

Su nombre científico, Pollicipes cornucopia, confirma la magnitud e importancia del personaje con el que tratamos. Cuerno de la fortuna, dedo negro que señala el camino de la opulencia y que anota las veces que los pude comer. Me acuerdo de todas, Avilés, Ribadeo, Pola de Lena, Bilbao, Ferrol, La Coruña, Valladolid. Siete veces, en un recorrido noroeste por el Cantábrico y el Atlántico, ¿por qué será?.

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