Regreso
Regreso de Murcia. El taxi, con ochocientos mil kilómetros a las espaldas, navega por un cementerio de invernaderos asfixiados. La tierra es llana, plagada de huertos, molinos, acequias escuálidas, aljibes exhaustos, naranjos con naranjas y trabajadores doblando el espinazo. También hay palmeras que evocan otros horizontes y paisajes. Al fondo, el mar. No puedo verlo, pero lo siento.
Llego al aeropuerto. Cincuentones con aretes en las orejas y camisetas del Newcastle. Nunca estuve tan cerca de Inglaterra. Nunca tan lejos. Hay lágrimas de despedidas interrumpidas, carreras apresuradas, individuos conectados al móvil, ancianos atados a sillas de ruedas. Escucho Inmaculate fools. Soy uno de ellos, tonto, aunque no inmaculado.
Llego al aeropuerto. Cincuentones con aretes en las orejas y camisetas del Newcastle. Nunca estuve tan cerca de Inglaterra. Nunca tan lejos. Hay lágrimas de despedidas interrumpidas, carreras apresuradas, individuos conectados al móvil, ancianos atados a sillas de ruedas. Escucho Inmaculate fools. Soy uno de ellos, tonto, aunque no inmaculado.
En Madrid me fumo un Montecristo de juguete, con mi amigo. Nos reímos, nos consolamos, nos explicamos. La pared nos dice que estamos en un sitio de colores, que así es más divertido. Gilipollas. Nosotros sólo vemos el color negro.
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