24 enero 2006

Viaje

La noche deja paso a un día que enseña un paisaje de mármol y niebla. La radio me saluda en un idioma extraño, antiguo, tribal, feo. También me da la enhorabuena por tener las cosas claras. No tienen ni puta idea de cómo tengo las cosas. Soberbios y pedantes, los loros mañaneros escupen doctrina barata jugando a patriotas ofendidos o socialdemócratas honrados. Nadie los cree.
La toponimia trae un aliento podrido de asesinatos cobardes y la ceniza esconde el verde hasta la primavera.
La niebla se queda quieta en el aire, petrificada, y mi alma respira confundida donde el futuro se ha convertido en un muro blanco, frío, callado.