La cita
La sala de espera para la consulta del alergólogo es un buen observatorio de los usos y costumbres de nuestros compatriotas. Además, material impagable para un blog. Que conste que sólo observo y trato de escribirlo, no juzgo.
El miércoles pude pasar un rato de estos. Llegué a la hora, pero entre que me pintaron el brazo, me lo pincharon y untaron de alérgenos, y me midieron el tamaño de las ronchas, observé la que le cayó a una de las enfermeras por parte de una ¿señora? ¿usuaria? ¿enferma? ¿alérgica? ¿clienta?. En fin, como se diga ahora.
La puerta ya avisa, No llamen, nosotros salimos a por los volantes. La enfermera sale de la trinchera. Me acerco con mi volante. La primera en la frente.
(enfermera uno) Que no salgo a por volantes. María Jacinta Melamenéndeeeeeeez.
(Jacinta) Servidora.
(enfermera uno) Pase.
(Jacinta) Gracias, hija.
Pasa un rato. Suena el altavoz, Sánchez Bolín, puerta 36. Me pintan, me untan, me pinchan, soplo tres veces por el espirómetro hasta que me mandan a toriles. Espero. Sudo la de Dios. Qué pasillo de los cojones. Se abre la puerta. Sale otra enfermera. Es la del año pasado. Juraría que suena la música de Tiburón. Se acerca rauda una señora, en plena mitad de la cincuentena, piernas de vendimiadora, tremendo pantalón pirata blanco, de los rizos ya no digo nada. Allá cada cual. A por la enfermera.
(señora) Buenas tardes. Vengo con el volante.
(enfermera dos) Traiga.
(señora) Mire, quería decirle que me han escrito para adelantarme la cita.
(enfermera dos) Vale.
(señora) Pero es que recibí la comunicación esta mañana, a las tres, y porque me dio por abrir el correo.
(enfermera dos) ¡Ah!, a mi no me diga nada que yo no doy las citas.
(señora) Pero imagínese si no abro el buzón. No se puede avisar con tan poca antelación.
(enfermera dos) Esos son los de citas. Ya lo entiendo.
(señora) Y gracias que he podido venir, hija. Pero, ¿si no llego a ver la carta hubiera perdido la cita de hoy y la otra?. Es que me han avisado hace muy poco tiempo. Ve, me enviaron este sobre. A mi buzón.
(enfermera dos) Ya lo comprendo. Pero le digo que aquí no damos la cita. Tiene un número de teléfono en la cita para llamar.
(señora) ¿Y si pierdo la cita?
(enfermera dos) Ya le digo que llama usted y no pasa nada, le toman nota. Además, hay gente que le viene bien que le adelanten la cita.
(señora) Ya, hija, pero si no hubiera podido cambiar los recados no hubiera podido venir ahora. Si no le digo nada, ¿y por qué me la adelantan?
(enfermera dos) Pues habrá fallado alguien, y por eso hay un hueco que le asignan a usted.
(señora) Claro, maja. Si no digo nada, pero es que me enterado esta mañana, a las tres, y porque me dio por abrir el correo.
En un descuido, la enfermera se refugia en la trinchera, rozando la hipertensión. La señora, angustiada. Yo, tan contento, ya tengo la entrada del blog para el viernes. La alergia, como siempre.
El miércoles pude pasar un rato de estos. Llegué a la hora, pero entre que me pintaron el brazo, me lo pincharon y untaron de alérgenos, y me midieron el tamaño de las ronchas, observé la que le cayó a una de las enfermeras por parte de una ¿señora? ¿usuaria? ¿enferma? ¿alérgica? ¿clienta?. En fin, como se diga ahora.
La puerta ya avisa, No llamen, nosotros salimos a por los volantes. La enfermera sale de la trinchera. Me acerco con mi volante. La primera en la frente.
(enfermera uno) Que no salgo a por volantes. María Jacinta Melamenéndeeeeeeez.
(Jacinta) Servidora.
(enfermera uno) Pase.
(Jacinta) Gracias, hija.
Pasa un rato. Suena el altavoz, Sánchez Bolín, puerta 36. Me pintan, me untan, me pinchan, soplo tres veces por el espirómetro hasta que me mandan a toriles. Espero. Sudo la de Dios. Qué pasillo de los cojones. Se abre la puerta. Sale otra enfermera. Es la del año pasado. Juraría que suena la música de Tiburón. Se acerca rauda una señora, en plena mitad de la cincuentena, piernas de vendimiadora, tremendo pantalón pirata blanco, de los rizos ya no digo nada. Allá cada cual. A por la enfermera.
(señora) Buenas tardes. Vengo con el volante.
(enfermera dos) Traiga.
(señora) Mire, quería decirle que me han escrito para adelantarme la cita.
(enfermera dos) Vale.
(señora) Pero es que recibí la comunicación esta mañana, a las tres, y porque me dio por abrir el correo.
(enfermera dos) ¡Ah!, a mi no me diga nada que yo no doy las citas.
(señora) Pero imagínese si no abro el buzón. No se puede avisar con tan poca antelación.
(enfermera dos) Esos son los de citas. Ya lo entiendo.
(señora) Y gracias que he podido venir, hija. Pero, ¿si no llego a ver la carta hubiera perdido la cita de hoy y la otra?. Es que me han avisado hace muy poco tiempo. Ve, me enviaron este sobre. A mi buzón.
(enfermera dos) Ya lo comprendo. Pero le digo que aquí no damos la cita. Tiene un número de teléfono en la cita para llamar.
(señora) ¿Y si pierdo la cita?
(enfermera dos) Ya le digo que llama usted y no pasa nada, le toman nota. Además, hay gente que le viene bien que le adelanten la cita.
(señora) Ya, hija, pero si no hubiera podido cambiar los recados no hubiera podido venir ahora. Si no le digo nada, ¿y por qué me la adelantan?
(enfermera dos) Pues habrá fallado alguien, y por eso hay un hueco que le asignan a usted.
(señora) Claro, maja. Si no digo nada, pero es que me enterado esta mañana, a las tres, y porque me dio por abrir el correo.
En un descuido, la enfermera se refugia en la trinchera, rozando la hipertensión. La señora, angustiada. Yo, tan contento, ya tengo la entrada del blog para el viernes. La alergia, como siempre.
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