01 agosto 2006

Sánchez Bolín en NY (XI)

En la Tower Records compramos el ansiado disco de la banda sonora de The Big Easy. Para ambientarnos nos ponen un cantante que usa esos ruidos que se producen cuando el aire sale violentamente hacia arriba desde el estómago. Sí, sí, eructos. Es claro, estos romanos están locos.
Recuperados del espanto, cenamos en Delicia, un restaurante brasileño del Village. Raciones abundantes, servicio pausado pero sabrosón, un cuarto de baño como en casa, pero sin el Diccionario de Símbolos de Juan Eduardo Cirlot. Nos rellenamos los huecos con dos jarras de caipirinha y de ahí al Groove Club donde nos atizan buen funky, contundente y metálico, y peor soul, auzucarado y efectista. El Back Fence Club ofrece un singer esmirriado que no presenta ni una sola canción propia. Buenas cervezas, excelentes desconchones, y a casa. El epílogo son dos dedos (en horizontal) de Lagavulin que JVB y Sánchez Bolín comparten con Mary Gauthier.
El lunes es para el Empire State Building. Una construcción de mil novecientos treinta que acongoja ahora que recupera el título de edificio más alto de NYC.


Con la cámara fotográfica construyo mi versión de Mujer en la ventana, el cuadro del espectacular Salvador Dalí.


Como en Bullet the red sky, aquí desde la altura del ESB, you hear the city groan. Un rugido de motor, de consumo, con su punto de soberbia, que trepa por el aire de aluminio hasta el piso ochenta y seis. Una ciudad, un país, no, un imperio que respira con pulmones de acero y babas de aceite quemado:
Outside its America
Outside its America
America.

La tarde es para las compras, razón de ser y credo de estos días de fuego. Empezamos en una tienda de comics de cuyo nombre no puedo acordarme. B&H Photo Video nos descubre otra forma de comprar entre cintas transportadoras y borbotones rizosos alrededor de las orejas. Macy's con escaleras mecánicas de madera, cangilones incluidos. Toys'r Us para cargar regalitos regalitos para los hijos que ahora sí nos recibirán con los ojos y los brazos bien abiertos.
Orlando bromea pegajoso en la puerta y Julio nos recibe como un pincel. Estamos a salvo. Es Fort Apache.

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