Sánchez Bolín en NY (IX)
Un domingo desparramado entre el calor y el deseo de ver a los hijos. Pasamos horas esperando a Kofi Annan y salimos al cine. Miami Vice, de Michael Mann, con Collin Farrell, Jamie Foxx, Gong Li y un gallego rojo llamado Luis Tosar.
El pase de la película incluye el avance de World Trade Center, la obra de Oliver Stone destinada a procesar el duelo del once de septiembre de dos mil uno. El cine enmudece y nosotros también. Los neoyorkinos tienen un trago que pasar cuando la vean. Sólo con el trailer se te encoge el alma.
De Miami Vice hablaremos con calma desde España. Los espectadores norteamericanos viven el cine a corazón abierto, sin vergüenza, exteriorizando sin tapujo alguno las sensaciones que les provoca lo que ven en pantalla. Para nosotros resulta chocante, con su punto de envidia, sana, claro, por la evidencia del disfrute ante la obra cinematográfica. Debieramos dejar de ver los lugares de la cultura como templos, y sentirnos en ellos como en nuestra casa, libres. He dicho.
El pase de la película incluye el avance de World Trade Center, la obra de Oliver Stone destinada a procesar el duelo del once de septiembre de dos mil uno. El cine enmudece y nosotros también. Los neoyorkinos tienen un trago que pasar cuando la vean. Sólo con el trailer se te encoge el alma.
De Miami Vice hablaremos con calma desde España. Los espectadores norteamericanos viven el cine a corazón abierto, sin vergüenza, exteriorizando sin tapujo alguno las sensaciones que les provoca lo que ven en pantalla. Para nosotros resulta chocante, con su punto de envidia, sana, claro, por la evidencia del disfrute ante la obra cinematográfica. Debieramos dejar de ver los lugares de la cultura como templos, y sentirnos en ellos como en nuestra casa, libres. He dicho.
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