Sánchez Bolín en NY (VII)
Liquidamos el viernes cenando en Vinnie's, una castiza pizzería al lado de casa. Me hago notar tirando la Diet Coke, no porque no me guste, sino por manazas. Al menos le arranco una sonrisa a la sufrida waitress.
Otra vez la nocha plomiza de tan húmeda, pero no me despierto cuando el ladrón entra a navegar por Internet.
El sábado arraca con una tortilla de tres huevos con tomate y bacon que me cuesta la gorra. En el Fairway un muchacho le pide al otro que le arrincone esa chamaquita. La tal muchachita es una rubia virginal de esas que existen más allá del Cosmopolitan.
Después acompañamos a Julio a San Anthony's Barber Shop para que, tras un amago Chris Moltisanti style, salga como un pincel. Le damos duro al zapato hasta el MoMA. Museo, como todos los de aquí, hecho para disfrutar, para la emoción al ver Las señoritas de Avignon, la noche desparramada en estrellas de Van Gogh, la bandera de Jaspers Johns, una magnífica exposición de fotografía moderna y contemporánea, Pollock de nuevo, también William de Kooning y Gauguin y Seurat y las peras y manzanas de Cezanne y tantos otros. Los museos están despojados de esa devoción boba que en Europa no te deja comentar en voz alta, ni hacer fotografías ni beber ni casi reirte. Las muecas puden circular libres ante las idioteces modernas que a veces se les cuelan (segundo cuadro plano en azulón en dos días, uno en horizontal y otro en vertical).
Mega bocadillos en Arturo's, elegido por unanimidad nuestro bar favorito del Soho, con sus retratos de Ava Gardner y Clark Gable envuelto en la melodía ragtime del pianista. Raciones monstruo y camareros que nos ofrecen vaca con peppers.
Leña al zapato hasta la Zona Cero. Silencio en el marasmo del julio neoyorkino. Otro maratón hasta Brooklyn Bridge y con la bandera blanca en las manos volvemos a Fort Apache, delegación Upper West Side.
Ahora, a por el sushi.
Otra vez la nocha plomiza de tan húmeda, pero no me despierto cuando el ladrón entra a navegar por Internet.
El sábado arraca con una tortilla de tres huevos con tomate y bacon que me cuesta la gorra. En el Fairway un muchacho le pide al otro que le arrincone esa chamaquita. La tal muchachita es una rubia virginal de esas que existen más allá del Cosmopolitan.
Después acompañamos a Julio a San Anthony's Barber Shop para que, tras un amago Chris Moltisanti style, salga como un pincel. Le damos duro al zapato hasta el MoMA. Museo, como todos los de aquí, hecho para disfrutar, para la emoción al ver Las señoritas de Avignon, la noche desparramada en estrellas de Van Gogh, la bandera de Jaspers Johns, una magnífica exposición de fotografía moderna y contemporánea, Pollock de nuevo, también William de Kooning y Gauguin y Seurat y las peras y manzanas de Cezanne y tantos otros. Los museos están despojados de esa devoción boba que en Europa no te deja comentar en voz alta, ni hacer fotografías ni beber ni casi reirte. Las muecas puden circular libres ante las idioteces modernas que a veces se les cuelan (segundo cuadro plano en azulón en dos días, uno en horizontal y otro en vertical).
Mega bocadillos en Arturo's, elegido por unanimidad nuestro bar favorito del Soho, con sus retratos de Ava Gardner y Clark Gable envuelto en la melodía ragtime del pianista. Raciones monstruo y camareros que nos ofrecen vaca con peppers.
Leña al zapato hasta la Zona Cero. Silencio en el marasmo del julio neoyorkino. Otro maratón hasta Brooklyn Bridge y con la bandera blanca en las manos volvemos a Fort Apache, delegación Upper West Side.
Ahora, a por el sushi.
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