16 noviembre 2005

Qué escribir

Después de años amontonando letra tras letra en mensajes electrónicos, informes y SMS descubro el blog. Este blog.

El exhibicionismo se enreda con la necesidad de compartir las emociones, a sabiendas de que lectores benevolentes pasarán una mano suave sobre una espalda ancha y caliente. Freno a golpes, a tortazo limpio, los borbotones que me abren la boca y me aflojan la mano, desahogos digitales y baratos que sacian a ratos las ganas de gritar.

El obrero del blog y yo dialogamos a golpe de entrada. La conversación no es necesariamente entre nosotros. Por cierto, no sé si le gusta lo de obrero, pero la verdad es que trabaja en altura, sin red, y sin sindicato. A golpe de películas y de canciones, de críticas a tajos de hoja de afeitar, de rimas como rinocerontes y de amargos días que nos vencen vamos avanzando hacia la obra definitiva, hacia el estilo, hacia la nada publicada. Es un camino largo, jalonado de truhanes y nadies con nombre, de trajes vacíos y conciencias siempre tranquilas, forradas de colesterol y comidas de babero, todo por la cara y me quitas el IVA.

Todo a la ligera, deprisa/deprisa, como si estuviéramos en el último suspiro. Pero siempre dudando. Un amigo bueno me enseñó, entre otras cosas, que desconfiara de las personas que no dudan. La duda es la vuelta y la revuelta completa, el repaso, la mirada interior, la vista atrás, la conciencia siempre inquieta.

Volviendo a casa, por la pista balizada en luces de sodio, el cristal me guiña los ojos, el interior del coche es azul y rojo y mi pensamiento negro. Mi casa es mi castillo, mis hijos son mi vida y mi vida tiene los ojos como el océano, aunque a veces se pregunta porqué se casó con un marciano. Debí advertirle a tiempo.