25 octubre 2012

Ciudades




Recorro la ciudad gris en la amanecida, incluso antes. Conté aquí que hay luces, vapor, colores azules y negros esperando la embestida de los grises. Nubes, reflejos de John Ford y aceras y caminos. Y el pánico del día que se abalanza.
Hay otra ciudad en mi vida. La noche del miércoles caminé por Manhattan buscando la soledad. El jueves sabría que J. y F. la espantaron hasta donde habite el olvido. Bajé diez o veinte calles hasta la 47. Giré hacia el este, hasta un busto de Hammarsjöld, camino de las Naciones Unidas, buscando un banco junto a una fuente. Deambulé enredado en los brazos de la ciudad, tan insomne como yo, que también se despereza, que no deja de rugir mientras espera al nuevo día, seis horas viejo desde Europa. 
Di vueltas, subí en zigzag desde la 46 hasta Bryant Park, que rodeé, que tiene una exposición de fotografías sobre su historia luciendo en una verja, que en su lado sur se honra con el The Engineers Club y su placa a Nikola Tesla
Esperé que brotara la muchedumbre, observé horarios de apertura y trabajadores alfombrando el nuevo día. 
La soledad me rehuía, me supo protegido, abrigado, escoltado desde la 2023 y desde 2nd Ave.
Qué cobarde criatura.
Aunque sé que sigue acechando, en la ciudad, en las ciudades.
Donde se embosca la soledad. 

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