09 octubre 2012

Nostalgia





Terminé la primera temporada de Mad Men. Con un capítulo final inesperado y sorprendente. En la entrada conmemorativa copié la frase clave. La que puede explicar el comportamiento de Don Draper y otras cosas. A falta de otras cuatro temporadas, claro está. El otro día, Purísima y Sánchez Bolín, apoyados en dos cafés, le dedicaron un rato a los motivos de Draper.
En el mundo perfecto que dibujamos en nuestras cabezas hay motivo para todo. Motivo, excusa, justificación, causa, coartada. Y también para sus contrarios.
Como January Jones en Betty Draper: angelical, delicada y blanca. La estabilidad y la comodidad económicas. Y sin embargo el pasado y sus picotazos. La memoria que pacientemente desgasta los cimientos emocionales del presente y sus adornadas realidades. Y la melancolía entendida como suspiro que se eleva al aire recordando lo que una vez tuvimos y perdimos, o no siquiera llegamos a tener. El suspiro volandero por los anhelos que cuelgan de los árboles como marchitas hojas amarillas.
Don Draper observa, padece, sufre su pasado y se construye un presente que lo sustituya, un paraíso como el que soñó cuando vivía un infierno. Y entonces resulta que el motor de su vida, la oportunidad que se le presenta tras una llamarada, no sirve. Ni siquiera presentada en carrusel.