Del Araner al Modiño II
John Ford fijaba la vista contra los cerros de Monument Valley y después se solazaba surcando los mares con el Araner. Nosotros le damos la espalda al otero castellano y nos hacemos un hueco en el Modiño II. Tiene menos madera y en vez de las espaldas de John Wayne tenemos las de un trasunto de Gene Hackman que conduce como los ángeles un coche negro sin pedal de embrague.
Cuando las luces se descuelgan de las farolas exploramos la ciudad nueva para recoger al tercer hombre. El día se estira desde su comienzo y nos pone a disposición un reguero de kilómetros que terminan en un mausoleo de asfalto tatuado con líneas blancas.
La nave irá y mientras tanto cargamos alimentos diversos y cervezas. El día nos regala su mejor planta y comenzamos viaje rasgando suavemente las aguas. La música se esconde cuando apagamos el motor y el viento pasa a ser el combustible de nuestra ilusión. Los tiempos se estiran como en un reloj de Dalí, cambiando la firmeza del tránsito viario por la suavidad sedosa de la navegación.
En la mar hay otra medida más pausada, distinta, fluida, de otra época. En Aldán comemos tras un abordaje sin sables, que aunque inocente deja maltrecho el palo de la rojigualda. Un festival de raciones marineras es el preludio de la foto de los Untouchables, versión gorras viseras y cuellos rojizos. Para la tarde una sucesión de ceñidas que arroparán el número de las aceitunas voladoras. El MAPA nos persigue con un paquebote gigante pero la fiereza de nuestra mirada es suficiente para poner las cosas en su sitio. Cumplimos con nuestro deber y a las once en punto estamos delante de una mariscada de tres alturas con vistas al mar. Tres recogidas de escombro marino dan cuenta de la magnitud de la empresa. No es necesario aportar nada más a esta ceremonia de la satisfacción. El barco es nuestro hogar y así nos acogerá hasta que la luz del domingo nos saque a navegar otra vez. Camino de Ons tendremos que bajar la cabeza ante la tercera ola y buscar el abrigo de la isla. No importa. Nuestra humildad nos reconoce hijos del páramo y fija para más adelante la verdadera aventura, el viaje atlántico hasta Nueva York.
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