21 septiembre 2006

Casa Mino

En agosto cerró sus puertas el chigre que mirando al Norte nos acogió durante años. Tiene las paredes de piedra y un esbelto pilar de hierro para sujetar el techo del mejor sitio del mundo para leer el periódico. Mi bisabuelo cenó muchas veces allí, en ese banco mítico, modelo de todos los bancos y ejemplo para todos los sitios donde leer el periódico.
La treintena última transcurrió a los mandos de Leo y Chema, con Jimmy desplazando su pecho de buque entre las mesas, farfullando a los clientes, esta vez sí, clientes de toda la vida. Hace unos meses glosé una memorable cena que tenía de postre un plato llamado The end. La ensalada magnífica, el perfumado rollo de bonito, los etéreos calamares en su tinta, y también unos extraordinarios fritos de pixín y de merluza, enseña de la casa. Café de puchero, vino, licores, la de Dios.
Mientras ofició Leo fue el mejor restaurante de Pola de Lena. Inasequible al microondas y a la cocina de gas, todo un chigre de techo bajo y conversaciones en voz alta, un auditorio para cantaríos más o menos afortunados, un escenario para los nietos debutantes, una oficina para predecir el tiempo meteorológico, un puesto para ver pasar el tiempo cronológico, una sala de lectura, un refugio en invierno, un balneario para las resacas de los domingos, un observatorio de los niños que juegan en el parque, una mesa para quedar con Nano, para saludar a Mavi, para oír la risa de Pedro el de Sosa y de Mariángeles, para las voces de Pepe, para el fantasma de Ano vestido de gentleman, para disfrutar del flequillo zorruno de Pinín, para abrazar al hermano de los ojos azules, para afrontar el aguijonazo del hombre de Peral, para tantas cosas. Una especie de segunda residencia, un lugar de encuentro, una terraza donde hablamos, y mucho, del pasado, del presente y del futuro. En su entorno fuimos niños y un día aparecimos convertidos en padres.
Ahora hay nuevo empresario gestionando el coso. Puede ser mejor o peor, pero seguro que será otra cosa.

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