07 agosto 2006

Sánchez Bolín en NY (y XIX)

Dejamos a Julio esperando el coche amarillo para Newark, moviendo tristón la mano desde la acera, vestido de negro, con un artículo en portada y otro par más en interiores.
Taxi de Tariq Javiv, últimos dólares que mueren en JFK, avión con Mission Imposible 3, carreras por el CDG, avión en francés/inglés/español, un Metro que refulge en comparación con el de NY, bocadillos de calamares, Regional Express, taxi (un minúsculo Peugeot 306), por fin en casa. A pesar de tanto viaje, llegamos antes que nuestras maletas, que lo harán hoy, o mañana, o cuando a Air France le parezca oportuno.
Volvemos a la ciudad de los coches pequeños, del calor seco, de los hijos preciosos. Son como una aparición, con aura y todo. El incisivo derecho del heredero es casi como el izquierdo y la nena chisporrotea nerviosa al vernos. Repartimos algunos regalos a pesar de Air France, y los ojos de los niños iluminan la casa pensando en los que aún vendrán.
Durante estos días de hierro seguimos el conflicto del Líbano, a los asesinos en serie del Medio Oeste y la ola de calor en California. También visitamos museos, el fresco de las tiendas y todos los bares y restaurantes que pudimos. Y por supuesto, nos pusimos al día en la semana del tiburón de Discovery Channel, bien publicitada en las cabezas de los homeless de la Gran Manzana. Acabamos sintiéndonos unos pachucos más, los del submundo que mueve el plano superior que quema dólares en una caldera de bronce.
Quedan las trescientas treinta y nueve fotos, la VISA exhausta, el último abrazo a Julio. Volveremos.
Ahora ondea otra vez la bandera en Fort Apache, delegación con vistas al secano.

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