El río
Baja enorme. La superficie es plana y avanza decidida acariciando las riberas. El tábano espera su oportunidad mientras el sol resbala suave entre las hojas, avergonzado del espectáculo de los árboles que se defienden encorajinados al lado del cauce poderoso. Un oso se despereza lento y su instinto trabaja frenético, imperturbable en su mundo finito, allí, al lado del río. El cuchillo de plata se deshizo cuando era riachuelo, y murió allá, entre las piedras, disolviéndose quedo en la cama de musgo, junto al tronco. La montaña juzga con temple los últimos días de este universo con sentencia de muerte, esperando la última primavera, escondiendo en los rigores del invierno la vergüenza de una despedida sin honores, todo barro y ceniza.
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