18 diciembre 2005

Mágico mundo de colores

Me dirijo al centro. Voy caminando desde casa. La idea es coger el autobús para salvar la colina y una vez en la margen izquierda del río, seguir a pie hasta mi destino.

Avanzo por la ladera y observo como mi autobús pasa despreocupadamente por delante de mis escasas narices. Estas uvas están verdes, es mejor hacer todo el trayecto andando. Día gris, con un trampantojo de niebla y unos árboles sin hojas que imploran sobrevivir hasta la primavera. Hace frío de veras, estimulando mi paso por la cuesta que desciende hacia el río, hasta la primera obra, desgarro tremendo que va saltando de carril en carril.

Observo los rostros espantados y las ropas de los peatones con los que me voy cruzando. Todo está descolorido. Despojamos nuestra ciudad de colores, vestimos de azul oscuro, negro, gris, marrones varios. No es de extrañar que en casa nos hipnoticen los sacerdotes televisivos, construyendo una fantasía technicolor donde se suceden sin descanso hermosas mujeres, varones apolíneos, glamour barato y chabacanería de saldo, anuncios de colonias en inglés, huidas en coches hacia minas a cielo abierto, juguetes que prometen y no cumplen, farmacia y parafarmacia con el consejo del farmacéutico/tendero, miles de millones de euros que van y vienen hacia y desde Bruselas, concursos de idiocia, exhibicionismo de la esfera íntima, ningún programa de cine ni de libros, competiciones entre pueblos con vaquillas y hostiones, cocineros magos que guisan nuestros sueños a fuego lento, chicas del Telecupón (¡la o!), películas con la imagen escamoteada, máscaras que predican realmadridismo desde el telediario, políticos disputándose el trono de la cara más dura, princesas que sólo quieren vivir como estudiantes y estudiantes que nunca serán princesas, también nos escupen maratones por los pobres.

Todo por el share. Al final nos queda una pesadilla en blanco y negro, como el No-Do.