26 noviembre 2005

Los girasoles ciegos

Reitero mi agradecimiento de De Purísima y oro por esta joya que puso en mis manos hace cuatro despidos.

Cuatro cuentos breves engarzados dos a dos para recordarnos que las tres cuartas partes del siglo XX en España son un inventario de derrotas, tanto para los que ganaron para los que perdieron.

En todos los protagonistas y los antagonistas aman. Aman a sus hermanos, a sus esposas, a sus maridos, a sus hijos, a sus madres y a sus padres. Y esos amores estremecidos por el frío y por la guerra infame dejan en el lector una angustia por la evidencia de la levedad de nuestra existencia, por nuestro deambular atontado por la Historia, a la que servimos de extras en una cinematografía implacable.

Alberto Méndez transita por estas secuencias con la delicadeza necesaria para no arroparse de maniqueísmo y deja de lado cualquier dialéctica de venganza, aunque los hechos son necios en ese sentido.

Me estremece el segundo relato ambientado en las brañas de Somiedo que hace tiempo conocí, convertidas para siempre en escenarios de la Historia, en atrezzo para el festín cainita que nos dimos en este país, y del que aún nos llegan regüeldos de una mala digestión.

Ante nuestros ojos rematan sus existencias una colección de muertos en vida, y saber leer y entender Los girasoles ciegos es una prueba de honestidad, entereza y madurez política, y el mejor homenaje a todos los que se cayeron mientras caminaban por la Historia.

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