21 noviembre 2005

Placeres de la vida (VI)

El lechazo cortado en trozos, ensartado en una inofensiva espada con empuñadura de madera. A partir de ahí, llámenlo pincho o barra. Qué más da.

La carne se despoja de su grasa sobre brasas de sarmiento, hasta ese punto dorado con entrada crujiente, sin traza de humo, quedando jugosa como nunca y amable con el comensal que queda extasiado con el desensarte de las piezas que vuelan del metal al plato de barro, por supuesto.

La mala conciencia encarga una ensalada de lechuga, tomate y cebolla, como toda la vida. Hay que averiguar porqué las ensaladas en Traspinedo saben de esa forma, porqué tienen ese perfume. La leyenda dice que el vinagre es de Vega Sicilia, como los sarmientos. Será para darle alguna explicación al fenómeno.

Añoramos una vida plena de visitas a Traspinedo en domingos y fiestas de guardar, de encuentros con amigos que arrancan con una sopa castellana, de paseos por las alamedas hasta que el sol se esconde dejándonos de suplente el frío mesetario, vengativo y cruel, deambulando por los parques de juego en juego, despidiendo el domingo con congoja en el alma.

Ir a Traspinedo es fiesta. Lo será siempre.

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