24 abril 2007

El Balneario


Leo El Balneario en el Balneario de Mondariz. Carvalho comparte estancia con Sánchez Bolín mientras éste ultima una novela más. Una trama sobre archivos nazis y colaboracionismo bielorruso para hacer una sociología de lo saludable, lo catalán, lo vasco y lo militar, así, de una tacada. Con pocas razones para hacer gastronomía hay espacio para explicar, y que Carvalho lo consiga entender, que las treguas que se le puedan conceder al cuerpo propio serán más adelante prórrogas de esta vida tan bien alimentada que se disfruta en el primer mundo y aledaños.
Mientras espero otro masaje más leo en un libro conmemorativo de algún aniversario señero del Balneario los menús de comida y cena de principios de siglo. Traduzco de memoria a calorías y julios y se me escapa la sonrisa ante ese festival de viandas pasadas por la manteca y la mantequilla, eso sí, casi todo en francés y en inglés para darle categoría a la comida por la vía idiomática. Los cuellos de las camisas que atisbo en las fotos se relajaron hace muchos años y la fe en las propiedades curativas del agua sulfuroferraginosa se cambió por un certificado del laboratorio del doctor Rodés.
En otras fotos el ferrocarril, elemento revolucionario en las guerras del diecinueve, se revela idóneo para transportar clientes desde el puerto de Vigo. Pasados cien años, el coche toma el relevo proporcionando una embriagadora sensación de libertad y poderío. El tren se desprecia si no puede ir a más de doscientos kilómetros por hora. Si tiene que llevarme el diablo, que sea en coche. Y verdad que lo hace. Por miles.
Pasan los días, el sol golpea cogiéndonos desprevenidos, si bien la piscina nos refresca lacerándonos por no haber traído a los niños. Sánchez Bolín reclama la ayuda de Carvalho para llegar hasta el aeropuerto y yo me pregunto cuántas veces más podré leerme las novelas de MVM.

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