09 julio 2006

Paseos

El mar se presenta en cinemascope más allá de la playa. Aquí, en Gijón, la noche también es canalla. Lolitas vestidas de Lolitas transportan en bolsas de plástico su trampolín al paraíso. La ropa se les ajusta como buenamente puede y escolta los sueños insomnes de los padres que sufren en casa preguntándose dónde estará la niña. Mocetones con la estupidez esculpida en el gimnasio y el pectoral afeitado venden el producto sin salero alguno, marcando el paquete donde no llega el verbo. Los jubilados esquivan el hastío felicitándose por haber llegado hasta aquí y un niño persigue un globo que huyó de su mano. En la plaza, una muchacha fuera del canon de este siglo baila para la cámara la danza del vientre. Y los zapatos se convierten en brasas infernales que castigan los pies más de lo que merecen. Un cartel anuncia la visita de la ballena y el ayuntamiento se pone al nivel de papanatismo de los ayuntamientos modernos.
Sánchez Bolín deambula por la ciudad nueva y por la vieja, encima de la villa, blindado con el iPod y con el gesto, y ya de regreso, se acoda en la barandilla del muro. Más allá de la música, una presencia tremenda se acerca, posa las manos, y observa la nada. Sánchez Bolín contempla otra vez los nudillos peludos, ahora con un reloj deportivo. Es Tony. Es la Semana Negra.