Paseos
El mar se presenta en cinemascope más allá de la playa. Aquí , en Gijón, la noche también es canalla. Lolitas vestidas de Lolitas transportan en bolsas de plástico su trampolín al paraíso. La ropa se les ajusta como buenamente puede y escolta los sueños insomnes de los padres que sufren en casa preguntándose dónde estará la niña. Mocetones con la estupidez esculpida en el gimnasio y el pectoral afeitado venden el producto sin salero alguno, marcando el paquete donde no llega el verbo. Los jubilados esquivan el hastío felicitándose por haber llegado hasta aquí y un niño persigue un globo que huyó de su mano. En la plaza, una muchacha fuera del canon de este siglo baila para la cámara la danza del vientre. Y los zapatos se convierten en brasas infernales que castigan los pies más de lo que merecen. Un cartel anuncia la visita de la ballena y el ayuntamiento se pone al nivel de papanatismo de los ayuntamientos modernos.
Sánchez Bolín deambula por la ciudad nueva y por la vieja, encima de la villa, blindado con el iPod y con el gesto, y ya de regreso, se acoda en la barandilla del muro. Más allá de la música, una presencia tremenda se acerca, posa las manos, y observala nada. Sánchez Bolín contempla otra vez los nudillos peludos, ahora con un reloj deportivo. Es Tony. Es la Semana Negra.
Sánchez Bolín deambula por la ciudad nueva y por la vieja, encima de la villa, blindado con el iPod y con el gesto, y ya de regreso, se acoda en la barandilla del muro. Más allá de la música, una presencia tremenda se acerca, posa las manos, y observa
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