Guernica (1.937)
El cuadro de Pablo Picasso pertenece al imaginario colectivo no sólo de nuestro país. Un genio, en el entero sentido de la palabra, recogió en blanco, negro y gris el inventario del horror. Sánchez Bolín opina que su significado ha trascendido al original, y los bandos inicialmente retratados se han convertido en paradigma de los que atacan y los que sufren, sin más. La guerra es el fin del hombre, la puerta de salida.
En mil novecientos noventa y dos estuve en París. Compré una reproducción del cuadro en el museo Picasso. Me acompaño durante años hasta ahora que luce digna sobre la mesa de mi padre, aún protegida con la funda de plástico.
En febrero de dos mil cuatro, la chica de mirar oceánico y yo disfrutamos un fin de semana en Madrid, por cortesía de la tía irrepetible, María Elena. Alojados en el mítico hotel Infanta María Cristina de la plaza de Santa Ana, entre recuerdos de Manolete y chasquidos de las máscaras del teatro. Deambulamos por ese Madrid culto, castizo, canalla, que se abre a los visitantes liberado de la condena de los días laborables.
Visitamos el Reina Sofía y allí, sin esperarlo, al entrar en una de sus salas, nos tropezamos con el Guernica. Enorme, resplandeciente, brutal. Me provocó una reacción física emocionante, de miedo y asombro a partes iguales. Una impresión imborrable para quien esto escribe. El horror y la muerte capturados en un lienzo. La barbarie recogida en la pared, enmarcada para siempre. Una fotografía de aquello en lo que podemos convertirnos.
En mil novecientos noventa y dos estuve en París. Compré una reproducción del cuadro en el museo Picasso. Me acompaño durante años hasta ahora que luce digna sobre la mesa de mi padre, aún protegida con la funda de plástico.
En febrero de dos mil cuatro, la chica de mirar oceánico y yo disfrutamos un fin de semana en Madrid, por cortesía de la tía irrepetible, María Elena. Alojados en el mítico hotel Infanta María Cristina de la plaza de Santa Ana, entre recuerdos de Manolete y chasquidos de las máscaras del teatro. Deambulamos por ese Madrid culto, castizo, canalla, que se abre a los visitantes liberado de la condena de los días laborables.
Visitamos el Reina Sofía y allí, sin esperarlo, al entrar en una de sus salas, nos tropezamos con el Guernica. Enorme, resplandeciente, brutal. Me provocó una reacción física emocionante, de miedo y asombro a partes iguales. Una impresión imborrable para quien esto escribe. El horror y la muerte capturados en un lienzo. La barbarie recogida en la pared, enmarcada para siempre. Una fotografía de aquello en lo que podemos convertirnos.
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