10 abril 2006

La mano

Ayer celebramos ochenta y ocho años. Las ausencias de los hermanos pequeños (Manhattan & Budapest) y de los bisnietos (Alamillos) no le quitaron vigor a la matriarca, que reprendió ligeramente al restaurador porque la merluza no era como la que se comía con su padre en los años treinta, en Oviedo. En la mesa, la mano de Tony Soprano. Gorda, peluda, y con un reloj con correa imitando oro. La ficción salta de la pantalla y se instala en la Casa de los Gallo, al lado de la plaza Mayor. Artie Buco sigue en New Jersey, en el New Vesuvio. No hay pasta para comer, resolvemos con hojaldres de champiñones y aguacates gratinados. Vivimos de nuestros trabajos, luchamos por nuestros hijos, recordamos a los ausentes, disfrutamos con los nuestros. Los cadáveres de nuestros armarios son pequeños y no esperamos micrófonos en las lámparas. Las madres desparraman su amor sin chantajes psicoanalíticos y los amigos visitan nuestras casas con ñoclas y botellas de vino, sin armas en los calcetines. La mano de Tony es una presencia inquietante pero sólo Sánchez Bolín se da cuenta. Así pudimos comer en paz.

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