Días grises
Días grises, muchacho, tratan de comerte la hombría, aquella que atesoraste contra el viento del invierno, en la montaña caliza. Allí, junto al nevero blanco, como de piedra, guardaste del lobo infernal los recuerdos y los sueños, siempre finos de tan livianos. La memoria te tiñe de sepia los paseos junto al río, las tardes en la galería del sur, como en un horno lento con olor a madre y a canela. El color sepia, tenaz como el óxido, desmocha las aristas de lo malo y arruga los bordes de lo bueno. Al final, sólo días grises, casi negros, casi noches.
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