26 diciembre 2005

Lunes

Toca trabajar. Me despierto con los herederos metidos en la cama. La madre emigró a la cama de noventa para continuar el sueño entre Batman y los peluches.
Me levanto con la palanca de la responsabilidad. Deambulo por la casa buscando una excusa para quedarme, pero sólo encuentro las telarañas del sueño y el frío que me llama desde el lucernario. Me ducho, me visto y me pertrecho con las llaves, el móvil y el iPod y una copia de The searchers/Centauros del Desierto para la lectora entusiasta de éste y otros blogs. La envidio, se enfrenta por primera vez a una de las mayores películas de la historia del cine, al viaje del antihéroe que persigue sus demonios hasta lo más profundo del desierto para descubrir que están dentro de él mismo. La puerta se cerrará dejándolo fuera del mundo de los vivos.
Acomodo a Leopardín cerca de la niña, le dará los buenos días de mi parte. Quedan los pequeños en la cama grande como un matrimonio en miniatura, calientes como dos panes recién horneados, agitados en sueños de regalos venidos de lejos, durmiendo como sólo duermen los niños en Navidad.