29 enero 2013

Amaneciendo


Busqué un camino junto al río, y siguiendo una calle, y más tarde al lado del Canal, y después regresé. Lucía el sol parco en calores. La brisa afilada recordándonos lo poco que somos. Bajo un peine de vigas estaba I., con su pelo de visón y las carcajadas valientes animando a su equipo, todo azul. Y desayunamos los tres, como antes, como nunca.
Volví a la calle. Mis pasos que baten el suelo, alfombra inmóvil de la ciudad gris, mi escenario, mi tantas cosas. Volvieron los abrazos entre el inoxidable y el vino blanco en el espacio vacío bajo un toldo, evocando a los hijos y a los padres, enredados entre los recuerdos y los anhelos tan gastados como relucientes. Cantamos Hey where did we go, days when the rains came a voz en grito y estoy, de repente, bajo las hojas de la suerte.
Y entonces los Camparis de verdad, y las patatas con pulpo, y los canapés; y la semilla atónita que recibe la risa filtrada que acompaña a un puro, si es que nos reímos mirando al río, esperando la fuerza de sol, temerosos de la noche.
Caminamos. El encuentro inesperado y el teléfono, lazo y aliento y habla que chispea y hace chispear. Alcanzamos la catacumba donde se perdió el niño que vio los labios rojos e imaginó el jardín de las huríes y aquello que arropa nuestras tardes, el tiempo que queda para la siesta pelirroja y el torrezno a tumba abierta. Esos minutos de las velas, y de las preguntas sobre porqué y cómo y para qué y quién. Yoguis, hermanas, madres y H. Siempre nosotros: centro, y periferia, origen, destino, ruta, experiencia, nada y todo.
Luego, más tarde, bajo el trapecio luminoso que adorna el techo, la duermevela abrupta que se sorprende amaneciendo.