31 agosto 2012

Pasado




Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, 
el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota 
en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Cien años de soledad, Gabriel García Márquez, 1.967



Leí en algún sitio que tenemos demasiada memoria, que guardamos demasiadas cosas.
Muchas gentes piensan que el pasado es Innisfree después de llover o algún tipo de Arcadia condescendiente y cariñosa, o simplemente un lugar confortable que podemos visitar sin hacernos daño. Como cuando las meriendas eran de Nocilla recogida a dedo y las nubes servían para dar sombra.
El pasado convierte lo viejo en antiguo y lo nuevo en un desafío, dicen que antes vivíamos mejor. Cierto es que ahora aquello es una exposición de fotos enmarcadas con amables maderas blancas, pero de cerca hay que admitir la fuerza del retoque que nuestra memoria impone a los recuerdos. En esas fotos se difuminan los fondos, los personajes principales, los que llamamos los buenos son como los soñamos, no como eran; los malos no encuentran más sitio que las penumbras; y los desastres, tantos algunas veces, quedan en un fuera de campo benévolo y necesario.
Mirando al pasado nos distraemos del presente y dibujamos un futuro que se parezca a aquél. Corregimos los errores si los hubo, aumentamos el brillo en las zonas luminosas y aplicamos el difusor en la negrura.
Y sin embargo, el pasado es ingobernable. Vuelve cuando quiere, y entonces no hay tiempo para arreglos, para escoger las figuras, apenas para reconocer protagonistas. 
Yo, a veces, visito el pasado y me parece que fui feliz.
Otras veces, me visita él.