29 agosto 2012

Al atardecer



La circulación es lenta y los conductores se dejan llevar por los calores, no se sabe aún si los últimos. Atardece con pereza y me voy hacia el semáforo que previene la avenida. Veo, de lejos, a un hombre solo, de pie. Agacha la cabeza y parece que pena. Lleva una camiseta oscura, no distingo el color, y pantalones grises. Pobre, me digo, mientras fabulo sobre los pensamientos del joven solitario. 
Me acerco más. Está acompañado. Abraza a una chica menuda, sus brazos morenos se confunden con la camiseta del hombre. Él apoya su cabeza sobre la de ella, que se refugia en su pecho y hunde sus hombros en sus axilas, confortables nidos húmedos.
Los sobrepaso y sigo camino. En una tarde de agosto, entre trescientos cincuenta mil entes, un hombre y una mujer se abrazan.