Falling man
Terminé hace unos días El hombre del salto, la intensa novela de Don DeLillo. Su sincera/ sentida/magnífica regurgitación del once de septiembre de dos mil uno. Los ensimismados personajes de DeLillo buscan sitio en la Historia y en sus vidas tras comprobar que las barreras que los protegían son papel. Aquellas picket fences que tantas veces vemos en el cine/TV sujetan a duras penas el vendaval de los nuevos tiempos. Las amenazas, bien lleven turbante o manejen hoja de cálculo, están aquí. Concretas, esparciendo ceniza y miseria. La opulenta sociedad americana, a pesar de sus claroscuros, tenía elasticidad suficiente para observar, desde algo parecido a una isla, lo problemas de los otros. Esto cambió el once de septiembre.
La reacción islamista/yihadista (o lo que carajo sea y cómo se diga) salta las vallas y se mete en casa con todo su arsenal de espanto, lanzando vidas jóvenes a destruir otras vidas jóvenes. La convulsión es total. El sentimiento de soledad y pérdida es irrefrenable. DeLillo está aquí para contárnoslo. De manera formidable.
La reacción islamista/yihadista (o lo que carajo sea y cómo se diga) salta las vallas y se mete en casa con todo su arsenal de espanto, lanzando vidas jóvenes a destruir otras vidas jóvenes. La convulsión es total. El sentimiento de soledad y pérdida es irrefrenable. DeLillo está aquí para contárnoslo. De manera formidable.
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