La Llera
Sábado. Dos cajas de sidra. Lechazo de Valladolid. Empanadas de morcilla, setas con queso y manzana. Queso manchego y de Cabrales. Hierbabuena del prau para los mojitos. Tres jarras. Diecisiete adultos/niños. En verdad, de niños sólo el heredero. En la piscina llegamos a ser catorce. Leña del Paragüay. Ocho farias y el puro del jefe del agua. Dos perros, Ron y Nico. Los de las COES asomando como focas monje. Saltos de fuera a dentro y saltos de dentro a fuera. Dos bañadores compartidos y gayumbos con calaveras. Borbotones de risas y anchos de metro y medio. Música desde el altillo. Chuletillas para merendar. Aroma de manzana asada. Jamón de toque ahumado y chorizo dinamitero. Pan a la brasa para el Cabrales. Carreras perrunas tras la manzana rodante. La noche. Las barras de acero, la esquina, la fuerte pendiente. La magulladura para el día después.
El recuerdo irreemplazable. La promesa de volver.
El recuerdo irreemplazable. La promesa de volver.
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